El abrazo nocturno

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Era difícil de creer que la oscuridad podía dar consuelo a quienes habían visto lo que se podía ocultar allí, entre sus sombras. Pero sí que lo había, Gwyneth lo había encontrado, así como también estaba ese miedo natural que muchos mencionaban tener. Ella lo entendía, su cabeza nunca sabía cómo sentirse cuando las velas se apagaban o iba a las zonas más recónditas de la Biblioteca de Velaris para buscar los libros que necesitaba para Merrill. A veces era una puerta que la llevaba a aquella vez, casi cuatrocientos años atrás, donde lo había perdido todo; otras era un escape, un momento en el que se permitía soñar con una posible vida normal, una tierna caricia que le permitía sentir a la magia de la Madre envolverla en un cálido abrazo.

Aunque no pasaba tanto tiempo en Velaris como a Merrill le hubiera gustado, pero la Biblioteca de las Valquirias era casi tan buena, o igual de completa, que ésta. En un mal día, estaría tentada de ir y decirle a la malhumorada de su jefa que podía irse con todo gusto al mismísimo fondo de la Biblioteca. De no ser porque sus labios y gestos estaban sellados, lo habría hecho tiempo atrás, y el pequeño refugio de sus hermanas de Sangravah se habría abierto para todo el mundo, incluso para los monstruos que acechaban entre las sombras. Acomodó el libro en la estantería, ignorando la pequeña marca plateada que tenía en el lado interno de la muñeca, soltando un suspiro.

—Hola, Gwyn.

Su alma casi abandonó su cuerpo ante la voz repentina. Hizo malabares para no dejar caer los otros que tenía en el brazo, apoyándolos de manera estrepitosa sobre el carrito que tenía a su lado antes de girarse. Elain, Ala de Búho, la miraba con una mueca de disculpa desde la otra punta del pasillo. Iba vestida como una sirvienta, con el vestido suelto que le permitía moverse libremente, lleno de manchas de grasa, carbón y el Caldero sabría qué más. Era sorprendente que, incluso en esas ropas, Elain siguiera dando un aire de cierta delicadeza femenina; Gwyneth estaba segura de que ella se vería como un pez fuera del agua.

—No te oí llegar —dijo, haciendo una inclinación de cabeza y apoyando una mano sobre su pecho. «Obviamente no la oirás llegar, de ahí el sobrenombre», bufó por dentro, obligando a su corazón volver a su ritmo usual. Le había llevado poco menos de unos días entender que, si bien Feyre podía ser silenciosa cuando quería, Elain lo era siempre, quisiera o no. Si no fuera porque no tenía ni una pizca en todo su ser que coincidiera con algún antepasado cercano a un clan de furias sombrías, habría considerado que era igual de capaz de fundirse en las sombras como su hermana—. ¿En qué puedo ayudarte? —preguntó al fin, limpiándose las manos sudorosas contra la túnica.

—Necesito un poco de historia de la Corte Primavera, preferentemente sobre intercambios políticos o similares.

—Dudo que haya tal cosa —sus ojos empezaron a mirar las estanterías pese a que estaba recorriendo los pasillos que se conocía como la palma de su mano—, pero veré qué puedo encontrar, si no hay nada aquí, debería haber en... allá —dijo, conteniendo el repentino ataque de tos que la invadió, antes de empezar a caminar hacia la sección donde podría encontrar libros, ensayos o lo que sea. Recorrió las estanterías con los ojos abiertos, leyendo las distintas escrituras con atención, buscando las palabras claves en los lomos e índices que podrían ser de ayuda.

Cuando regresó donde estaba Elain, esta se veía sumida en sus propios pensamientos, sin rastros de su característica sonrisa, esas que parecía tener de todos los tipos, una para cada evento y emoción. Era fácil olvidar que ella tenía el mismo rango que sus hermanas, con su forma de ser y los gestos suaves, así como la falta de violencia en general cuando se trataba de ella. Sin embargo, al verla en ese momento, con los ojos fijos en un punto de la nada, seria y sin rastro de la amabilidad o alegría que solía tener, podía imaginarla con Nesta y Feyre mirando al tablero de Prythian, lista para podar las ramas que iban a estorbar. Ni bien reparó en su presencia, volvió a ser la de siempre, con aquella alegría que parecía hacerla brillar como el sol.

Una Guerra de Rosas y Espadas #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora