Verdades expuestas

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Giró en una esquina, mirando con cuidado sobre su hombro, sintiendo que el corazón se detenía con cada paso que daba. Encontrar a Norrine había sido la parte más fácil de todo aquello, más fácil que el colarse incluso. Conocía demasiado bien aquella parte del palacio, siempre con una cara diferente, y, aunque le molestara a sus hermanas, le había venido muy bien conocer los pasillos. Avanzó con la mayor seguridad que podía usar, gruñendo cuando uno que otro guardia le dirigía una mirada que bien podría ser demasiado larga o incómoda. Por suerte, la mayoría parecía estar o demasiado asustados de los attor o no tenían interés en su presencia, cualquiera de las dos razones le era útil.

A medida que avanzaba entre las celdas, observaba a sus ocupantes, los cuales empezaban a mostrar aspectos cercanos a los de un cuerpo al borde de la muerte. Los gemidos de dolor y movimientos lentos eran lo único que indicaba que todavía había algo de vida en ellos. Notaba los ojos vidriosos con las pupilas cada vez más y más desteñidas, a veces creía distinguir un anillo azul cerca de sus bordes, pero no podía saberlo. «No corras, no aceleres el paso, no hagas ningún gesto que revele el miedo», se decía una y otra vez en su cabeza, temiendo ver el interior de la celda de la que provenía el olor de Norrine.

Una inhalación de sorpresa se escapó de su fachada. Lo que había frente a ella era... Ni siquiera Bajo la Montaña se había visto tan muerta. Un ligero movimiento de su pecho, el cual parecía estar subiendo y bajando con mucha dificultad. Las cadenas que la ataban emitían un pulso que iba en sentido contrario al que debía fluir, como si la tierra estuviera absorbiendo su esencia.

Tan distraída estaba con su contemplación que casi saltó al escuchar el susurro.

—¿Feyre? —logró susurrar ella con voz rasposa, apenas consiguiendo mover los labios. El miedo mordió sus entrañas al ver que los ojos castaños se cerraban y el pecho parecía caer por completo.

—¿Has comido? No importa, ya te sacaré de aquí —dijo en un susurro, mirando a los alrededores de la celda y tratando de mantener el pánico lejos de su cabeza. Los barrotes estaban encastrados en la pared, la puerta seguramente reaccionaba con algo de magia del Rey. Se relamió los labios, casi perdiéndose la respuesta de Norrine.

—No...

Se mordió el labio inferior, sintiendo que los nervios empezaban a crecer dentro de ella a medida que seguía observando y su mente empezaba a trazar las runas en donde creía que iba a necesitarlas. Tomó una bocanada de aire, sintiendo un olor dulzón que amenazó con darle arcadas y empezar a tambalear todo su mundo. Estaba por empezar con su trabajo cuando sintió un ligero vibrar en sus alas. Se enderezó, afinando el oído al tiempo que retrocedía hasta quedar parcialmente sumergida en las sombras de un nicho abandonado.

—Pensar que había algo así en esas tierras de los imbéciles.

—Sí, una locura. Deben estar demasiado desesperados como para confiar en las hembras de esa manera —rio uno de los guardias. Feyre sintió que el pulso se le aceleraba y se sumergió un poco más en las sombras, casi sintiendo que su cuerpo desaparecía por completo. Cerró los ojos, rezando a la Madre para que no se les ocurriera mirar hacia donde estaba ella.

—Vaya desperdicio. Una humana convertida en una burla —comentó el primero que había hablado cuando pasaron cerca de la celda—. Seguramente un entretenimiento del Señor ese que mencionó el Rey.

Feyre inclinó la cabeza, sintiendo que su cabeza empezaba a dividirse en dos. Miró de nuevo hacia Norrine, a los guardias que se marchaban, murmurando algo sobre que habría una sorpresa. Mordió el interior de la mejilla mientras pensaba y se volvió a acercar a los barrotes, arrodillándose y trazando la primera runa con la punta del dedo.

Una Guerra de Rosas y Espadas #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora