Tengo dieciocho años y no sé porqué se me decía que la adolescencia sería una de mis etapas más complicadas de la vida, de hecho, aunque estoy a unos meses de acabar con este ciclo tan único, no tengo miedo de flaquear y caer en los errores propios de la inmadurez. No quiero parecer petulante y hacer creer que tengo todo bajo control, pero sí puedo decir que he basado mi persona en los valores tan sólidos que mis padres me inculcaron.
¿Somos una familia modelo?, no, y no creo que haya una en todo el mundo, tampoco voy seguido a misa ni trato de influir en la mente de mis compañeros, simplemente vivo y dejo vivir. Claro que al principio, cuando entré a la secundaria mi carácter cambió un poquito, me volví contestona, grosera y hasta hacía muecas, pero luego entendí que esa actitud en vez de abrirnos puertas nos las cierra.
Trato de llevar siempre una sonrisa, así mi camino es más ameno y menos tedioso para quien tiene que convivir conmigo; pero si creen que todo eso lo aprendí de la noche a la mañana, déjenme decirles que no fue así, incluso hubo momentos en los que estuve a punto de caer en la tentación. Recuerdo que en primero de secundaria tenía una amiga que se llama Teresa, y temo ser yo quien lo diga pero no es una buena compañía, incluso pienso que necesita ayuda, pero no seré yo quien se lo diga e intervenga.
Verán, todo inició cuando una tarde en la clase de educación física se me acercó para darme un consejo, yo derrapaba por el novio de mi mejor amiga y siempre que lo veía, se me notaba.
-Deberías quitárselo -me dijo al darme el balón de voleibol.
-¿Cómo dices?
-Hablo de Gibrán, a leguas se ve que te gusta.
-Sí, no lo voy a negar, pero él está con Jimena.
-Por eso te digo que se lo quites, para el amor no hay imposibles -insistió.
-¿Y cómo le hago?
-Déjamelo a mí, tú sólo sigue mis consejos.
Esa seguridad me cautivó, me hizo creer que podía arrebatarle así sin más el novio a mi mejor amiga, y lo intenté, de su mano, siguiendo cada uno de sus consejos, siguiendo cada uno de sus consejos.
-Lo primero que debes hacer es hablarle, hacerle saber que existes.
Apenas la campana del receso sonaba, corría a buscar a Gibrán, solía descansar en la banca frente al puesto de tostadas. Iniciaba con un saludo que me devolvía de forma cortés, después indagaba sobre lo que estaba haciendo, que si el examen de Física, la composición de Español, las fórmulas de Gramática. Ahí permanecía hasta que Jimena iba en su búsqueda.
-Ay, gracias amiga, me lo cuidaste -me decía sin sospechar mis intenciones. Yo le sonreía con una mueca tirada a la izquierda, luego me levantaba y me retiraba.
-¿Cómo vas? -me preguntaba Teresa diario.
-No muy bien, es que Jimena llega muy rápido y tengo que esfumarme.
-Está bien, voy a entretener a Jimena para que mañana tengas más tiempo para estar con Gibrán.
Me entusiasmó la idea de estar más tiempo con Gibrán, hasta me arreglé más bonita que de costumbre y me puse brillo labial. Él no lo notó, estaba tan interesado en Jimena que mucho me costó llamar su atención.
-Gibrán, te estoy hablando - le dije insistentemente con una plática absurda y poco convencional, hasta que se me ocurrió ver en su cuaderno un recorte de un grupo de rock-. ¿Te gustan?
-Me encantan.
-¿De verás?
Teníamos los mismos gustos, para la comida, la música, el refresco sin gas, y tantas cosas que hicieron que a partir de ese día nos hiciéramos conversadores constantes. Jimena lo llegó a notar, o mejor dicho, alguien se lo hizo notar porque una tarde me dijo molesta: