CAPÍTULO 20: Fresias.

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Las fresias deben su nombre a Friedrich Heinrich Theodor Freese, un médico alemán del siglo XIX. Freese, era íntimo amigo del Doctor Christian P. Ecklon, quién las descubrió en Sudáfrica y decidió homenajear a su amigo poniendo su nombre a las flores. Por este motivo, el significado de las fresias se asocia con la amistad y la confianza entre dos personas.

Ninguna de las cuatro hubiera imaginado que esta cena de reencuentro iba a terminar siendo mucho más agradable de lo que todas esperaban. El cambio en Emma es muy evidente. Ninguna lo dice, pero todas piensan que volver a Madrid le ha sentado muy bien.

Mara, en concreto, se siente bastante aliviada. Pues, aunque, en su momento, se sintió muy feliz cuando Emma hace años decidió quedarse en Granada para estar con ella, pronto esa felicidad se convirtió en remordimientos. Siempre se sintió culpable de que su amiga paralizara, en cierta medida, su carrera como actriz tras abandonar Madrid, aunque no fuera una decisión que tomara para estar con ella.

Supo, por Amelia y Min-ho que Emma estaba entusiasmada con su nuevo curso, y eso aplacaba sus viejos remordimientos y le provocaba una grata alegría.

—Se te ve radiante, —dice Min-ho a Emma mientras se zampa un cacho de la tarta de zanahoria que ha sacado Amelia de postre.

—Se lo has dicho ya como veinte veces, pesado —replica Amelia.

—Pero es que es verdad, está guapísima. —Mientras lo vuelve a recalcar, Min-ho no puede evitar echar un vistazo a Mara. Pero esta tiene el rostro sereno y sonríe mientras también se come su porción de tarta. —Se nota que volver a Madrid te ha sentado bien. Y hacer ese curso ha sido una buenísima idea.

—Bueno, no es sólo el curso lo que me mantiene tan contenta y centrada —responde Emma, un tanto sonrojada, mientras le da un sorbo a lo poco que le queda de vino.

Sus amigas, que no acostumbran a ver a Emma sonrojada por nada del mundo (pues es la más descarada del grupo) sienten de pronto una enorme curiosidad. Es Min-ho quien vuelve a romper el silencio movido por la impaciencia.

—¿Y bien? —reclama.

Mara, que hasta este instante se había sentido serena y relajada, de pronto siente un nudo en la boca del estómago. Teme que la razón del buen humor y el buen aspecto de Emma esté relacionada con una nueva pareja. La verdad, no había pensado en algo así, y el hecho de que exista esa alternativa ha provocado que su respiración se acelere y su corazón se detenga. No quiere oír la respuesta.

—Veréis, prácticamente desde la primera semana que estuve de vuelta en Madrid comencé a ir a terapia. —Emma está roja como un tomate, se nota que no está del todo cómoda hablando del tema, pero que, a la vez, necesitaba decirlo.

Sus amigas se han quedado de piedra. Emma siempre se ha vanagloriado de ser una persona orgullosa que no necesita ayuda de nadie, además de ser alguien a quien siempre le ha costado reconocer cuándo ha cometido un error y cuándo pedir perdón. Por eso, ninguna de ellas imaginaba que su amiga tendría la madurez de entender y aceptar que debía ir a terapia. Por supuesto, se sienten felices por ella, pero, sobre todo, sorprendidas.

—¡Pero eso es fantástico! —responde Amelia, encantada.

Mara ha perdido la capacidad de hablar. Ella es quien mejor conoce a Emma, sin duda. Y sabe mejor que nadie lo mucho que le ha debido costar tomar esa decisión y, sobre todo, contárselo esta noche. No se puede negar a sí misma que siente tanto orgullo, como alivio. Pues, jamás pensó que Emma daría un paso como aquel, pero también se alegra de que la noticia no haya sido que está saliendo con alguien. Sabe que no debería darle importancia a algo así, que lo mejor para ambas es seguir manteniendo las distancias en ese aspecto. Es, simplemente, que aún no estaba preparada para sobrellevar esa noticia.

EL JARDÍN QUE DIBUJAMOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora