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Estaba perdiendo la cabeza.
Bueno, ¿a quién engañaba? Ya la había perdido hacía un buen rato. La cordura y la poca resistencia humana que tenía, se me quebraron cual frágil cristal la primera vez que escuché a la engatusadora, payasa y sexy de Danielle Marsh llamarme papi.
¡Papi!
¡¿Qué carajos?!
Ya sabía que era una broma. A esa mocosa, que lastimosamente se hacía llamar también mi compañera de clases, le encantaba gastar bromas de esa calaña y yo estaba acostumbrada a que me las hiciera a mí, pero…, no sabía cómo explicarlo, esta vez se sintió diferente. Quizás empezando por el hecho de que fue repentino, sin verlo venir, todo el mundo se quedó boquiabierto cuando, durante la práctica de rugby de mi equipo, se oyó un repentino grito proveniente del grupo de animadoras:
"Let's go, Kim Minji!" Era Danielle Marsh, moviendo sus pompones rosados por el aire. "¡Tú puedes, papi!"
Se me abrieron tanto los ojos que por un momento dejé de ser coreana.
No fui la única. Todas mis compañeras -hasta nuestra entrenadora- se quedaron estáticas y parpadearon atónitas cuando procesaron lo que me había dicho. Claro, a excepción de Kang Haerin, mi mejor amiga, quien se rio como una tarada y después me palpó el hombro, todavía tentada.
"¡Minji unnie! ¡No sabía que tenías esos fetiches!"
Pero no le respondí, aún seguía bastante pasmada al respecto.
Dado que yo era la capitana del equipo, mi deber era estudiar la cancha y concentrarme aún más en el enemigo que mis propias compañeras de juego, lo que definitivamente no pasó porque mi trance fue tan poderoso que me equivoqué y me tropecé incontables veces en el proceso. Papi… Papi… El césped y la tierra me bañaron con mucha honra. ¡La única cosa que mi cabeza recordaba era esa jodida palabra saliendo de la chillona boca de Danielle!
De verdad fui tan tonta y me confié más de la cuenta.
En resumen: le rompieron el culo a mi equipo en la cancha. Sentí vergüenza y enojo, pero más que otro sentimiento: el enojo me sobrepasaba.
Después del partido, mis compañeras se la pasaron regañándome en los vestidores, quejándose de que mi incompetencia, que si fuera un partido de verdad ya estaríamos muertas. No quise aceptar que tenían razón sólo para no herir a mi orgullo de líder. Decidí que, hoy más que nunca, debía trabajar en mi resistencia, no física, sino mental, y empezaría por el problema radical en ello: encargarme de la mujer causante de mi desgracia.
Aún con el uniforme puesto de mi equipo y el pelo todo revuelto, salí de los vestidores echando humo. No pregunté ni pedí permiso para entrar al de las porristas, simplemente lo hice y recibí más de una queja de las chicas por meterme en un lugar que no me correspondía, creo que ese día hasta me tiraron unos tacones por la cabeza, pero bueno. Miré para todos lados y localicé a Danielle de espaldas mío, hablando animadamente con dos de sus amigas, como si allá afuera nada hubiera pasado; como si no me hubiera hecho pasar la peor práctica de la historia.
Una de sus amigas notó mi presencia y rápidamente le hizo una señal para que se girara. La señorita, alias payasita personal, hizo lo que le pidieron y sonrió en grande al encontrarse conmigo.
Nuestros ojos ya estaban pegados a los de la otra. Los suyos: dóciles, mandilones y divertidos; los míos: ardiendo del fastidio.
"Hola, Kim", me saludó de forma gentil.
Me acerqué a paso lento esta vez, igual que un león en busca de su preciosa presa, y, antes de siquiera formular una maldición contra ella, le dediqué un gesto de mala muerte a sus amiguitas.
"Largo", les dije.
La otra quiso protestar, obviamente sin estar contenta con mi orden en lo más mínimo, pero la que le seguía le susurró que Danielle necesitaba privacidad y que estaría bien. Bien, al menos una no era sorda ni pendeja y sabía usar el cerebro. Salieron al final. Dios mío, ¡se habían estado tardando una eternidad para dejarnos a solas!
Cuando por fin fuimos Danielle y yo, ella simplemente se cruzó de brazos y se miró las uñas.
Apreté los puños y traté de calmarme. ¡Lo hacía a propósito!
"¿Qué es lo que quieres?", insistió en saber, aburrida.
Definitivamente colmó mi paciencia, y eso que apenas estaba contando hasta diez.
Su espacio personal se vio interrumpido por mi brutal agarre. Jadeó incrédula cuando la empujé contra la pared más cercana, encerrándola e impidiéndole escapar, puesto que mis brazos estaban a cada lado de su cabeza y mis irises se aplastaban en rojo fuego contra cada pulgada de su rostro.
"Minji…", mencionó apenas.
"Estoy harta de ti", gruñí. "De verdad eres una puta molestia. ¿No te cansas de fastidiarme?"
Muy al contrario de sentirse apenada o intimidada por mi comentario, me sonrió con evidente burla.
"No", dijo. "La verdad es que no."
Lo que me incitó a ponerme más malhumorada.
"¿Qué vas a hacerme, Minji?", chistó entonces, entendiendo el porqué de mi furia. "¿Me golpearás? ¿De verdad quieres darme un puñetazo? ¿A mí, que soy la chica más linda de esta escuela?"
¡Blah, blah y más blah! Mis oídos me pedían que la detuviera, que su hablar ya estaba yendo a un límite de tolerancia cero, lo que, en mi código, significaba problemas muy serios. No medí el segundo exacto en el que reaccioné demasiado mal, ya la había tomado de su frágil cuello de muñeca para acercarla hacia mí y prácticamente hacerla chillar.
"Cállate", dije al instante. "Me das jaqueca."
"Minji, para", jadeó sorprendida. "M-me estás lastimando…"
Lucía menos mandilona que antes, a lo que sonreí orgullosa.
"Danielle", la llamé por su nombre, aflojando el agarre de mi mano. "Dani, cariño… ¿No te han dicho que luces más linda cuando te quedas calladita?"
"¿Q-qué?"
Fue un momento glorioso entre nuestra relación de tira y afloja; un antes y un después. Su fuerte sonrojo me dio la razón. ¡Aleluya! Descubrí el hecho de que a esta señorita le encantaba ponerme de malas, sin embargo, si yo me atreviera a hacer lo mismo, ahí cambiaba la cosa y los papeles se invertían. La nena no parecía tolerar que yo le coqueteara como sólo ella podía.
"Lo que oíste", recalqué y llevé la mano que apretó su cuello a sus labios, palpando el belfo superficialmente. "Shh, Dani. Callada estás más bonita."
"¡Oh, vete a la mierda!", gritó y me empujó fuera de su espacio personal.
Me golpeé el brazo contra los lockers debido al empujón, pero lejos de ofenderme, me reí encantada por su reacción. Después, ella trató de irse, a lo que respondí siguiéndola con burla.
"¿Qué pasa, amor? ¿No te gusta que te pongan nerviosa?", pregunté al compás.
"¡Dios, muérete, Kim!", chilló aún más.
Bueno, esto podría ser divertido.
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