Parte 2

1K 120 35
                                    

Se dirigía felizmente a Dorne. La emoción era compartida por su dragón, al cual le gustaba ir por lo mucho que recibía mimos y la gente se acercaba con notable admiración manteniendo una respetuosa distancia. El pasado de la tierra calurosa con los dragones cambió de perspectiva. Para llegar antes, Aegon dejó atrás el barco con las velas del faro, y subió en Sunfire por los cielos. Así de entretenido en su viaje, concentrado en el apasionado reencuentro con su alfa e imaginando cuando al fin tuviera la marca en su cuello esa noche, apenas se fijó otro dragón aparecía y atacaba el costado de Sunfire.

El alarido de su dragón enfureció a Aegon, reconociendo a Caraxes de inmediato.

—¡Dracarys, lykirī!– Vociferó, en tanto se acercaba.

Caraxes esquivó a tiempo el ataque, y siguieron enfrentándose mientras abrumaba a Aegon los llamados y gritos de su personal en el barco, siendo quemados vivos por otro dragón que no pudo reconocer. El desconcierto lo azotó, preguntándose qué estaba pasando, y por qué era atacado de pronto. Pensó en Arianne, la alfa esperándolo, en su madre y hermanos, entonces se propuso escapar a la primera oportunidad.

A ese punto de la batalla aérea que continuaba, los dos dragones se habían lastimado y el omega se preparaba para ordenar la retirada. Sunfire no aguantaría, necesitaba escapar. Si llegaba lo bastante cerca a Dorne, sabía Arianne tenía un plan especial preparado en caso de dragones no invitados y podría salvarse. Dorne no tenía la suerte de mantenerse independiente por pura casualidad.

O eso planeaba, pues de forma imprevista el otro dragón olvidado lastimó más a Sunfire en sus heridas, y Caraxes abrió el vientre de la criatura dorada. Aegon gritó desesperado el nombre de su dragón, mientras el vuelo era irregular y la silla comenzó a colgar.

Aunque sólo tenía el cabello chamuscado, respiraba agitado tocando su abdomen con la sensación el padecimiento era compartido. Pensó en arrojarse al mar, pero en su lugar se aferró más a las riendas, mientras descendían con peligrosa velocidad. La ala izquierda estaba rota, Sunfire sangraba y usaba su ala sana para envolver a su jinete gritando el nombre de su dragón esperando reaccionara.

Una de sus manos enguantadas tocó la piel áspera y escamosa de Sunfire, llegando a la resolución si ése era el fin de su dragón tenía que quedarse con él sin importar cuál fuera su destino. Como si le leyera la mente, Sunfire graznó e intentó sacudir su ala rota en desesperación, casi pidiéndole le dejara solo y sobreviviera mientras pudiera.

Aegon giró su cuerpo todo lo que pudo, preguntandose si iban a asesinarlo estando en el aire.

Para su sorpresa, Caraxes y el otro dragón los rodearon, y le siguieron de cerca sin hacer otro movimiento. Golpeó el agua, hundiéndose en el mar. Sunfire siguió luchando aún ahí, y Aegon nadó intentando empujar su enorme cuerpo afuera, pero su tío rodeó su cintura y lo sacó del agua a la fuerza.

Respiró hondo una vez estuvo afuera, y luchó con sus pocas energías lanzando feromomas agrias y golpes, forcejeando sin quitar los ojos rojizos, por el agua que entró en ellos, de su dragón agonizando lentamente en el agua. Gritó impotente palabras de ánimo dichas en valiryo mientras lo alejaban a la fuerza de Sunfire y lo perdía de vista, forcejeando con todas sus fuerzas. Un golpe en su coronilla hizo su vista borrosa se tornara completamente oscura.

Lejos de ahí, una nube gris cubrió Harrenhall más que de costumbre, y dos niños lloriqueaban en una habitación gris. Sus melenas plateadas brillaban con la poca luz de las velas. El grave tono de una voz que intentaba cantar para amenizar el ambiente hacía poco contraste ante la nada acogedora habitación.

Lucerys se rindió tratando de repetir la canción de cuna que su madre le cantaba a sus hermanos, y abrazó a los pequeños Aegon y Viserys.

—Estarán bien, pronto estaremos de vuelta en casa...

Tus Mudos Latidos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora