La sirena de la ambulancia presagiaba que aquel picnic tendría un mal final. Pero cómo le explicas aquello a una niña de siete años.
— ¿Por qué no nos dejan entrar?
La inocente pregunta de America fue recibida con una sonrisa indulgente por parte del médico de turno esa tarde.
—Cuando seas mayor podrás esperar en la sala. Ahora quédate con tu papá.
—Él no es papá. Solo es Vernon el vecino.
El médico no pudo evitar reparar en aquellos vivaces ojos azules. No podría engañar aquella niñita por mucho que la Psicología y los años en el área de Urgencias desearan pesar a su favor.
—America, deja al doctor hacer su trabajo. Te aseguro que de esa manera mamá estará de vuelta pronto.
La castaña le dedicó una mirada dubitativa al que había etiquetado como su vecino. El otro adulto en aquella escena no pudo contenerse. La niña tenía el brillo de la curiosidad plasmado en todo su rostro.
—Hagamos algo. Tengo un hijo de la misma edad y en estos momentos debe estar montando un desastre en la guardería de la segunda planta. Puede llevar a la niña allí mientras nos encargamos de su madre.
El adulto al pendiente de America pareció meditar más aquella invitación mientras la niña se entretenía con el estetoscopio del doctor.
—Qué remedio. Más vale que te portes bien, Rica, o a mamá le costará más dejar el hospital.
Aquello pareció robarse toda la atención de la niña que tomando su mochila en forma de conejo siguió a Vernon por el aséptico pasillo que llevaba a los ascensores. El Doctor Daniel Brice sonrió al encontrarse con el dibujo que había quedado detrás de America.
"Yo, Rica Jones, seré doctora como usted".
Diecinueve años después
— ¡Mesa veintisiete, Rica!
Una muchacha con el cabello color rosa gritaba por encima del estridente sonido de los amplificadores en el bar. America tenía ganas de vomitar. Era su segundo trabajo de la jornada y el día le estaba sonando fatal.
—Sonríe o el ogro nos despide esta noche.
Fue lo que susurró Melody cuando la castaña logró llegar a la barra. Trabajar en una discoteca del área de Queens no era el empleo soñado, pero en comparación a su otro trabajo de medio tiempo haciendo el aseo de las habitaciones del Motel donde vivían ella y su hermana menor, pues esto era el paraíso.
—En serio, tengo unas ganas de que acabe septiembre. Odio con todas mis fuerzas estar fuera de la universidad.
Melody chasqueó la lengua cuando uno de los clientes de la barra se tomó la atribución de repasar el bajo de la minifalda que les servía de uniforme. America suspiró mientras observaba la pista de baile tambalearse bajo las opresivas botas de tacón fino. Estaba acostumbrada al exceso de trabajo. Había asumido el cuidado de su hermana pequeña con solo quince años. En un tiempo donde el corazón de su madre no respondió a más tratamientos y llamadas al 911.
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Antología: Joyas de Chick Lit
RandomApartado especial para las historias ganadoras de desafíos y concursos de Chick Lit 💖