Me gusta Galicia

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En shock. Así se quedó Miriam ante la confesión de Mimi. Clavados se le quedaron los pies en el suelo.

Abiertos de par en par los ojos de Agoney desde el sofá.

Cerrados los ojos, la boca y los puños de Mimi, apretando y tensando el cuerpo como quien espera recibir un duro golpe.

El silencio se adueñó en el salón por unos segundos.

—¿Qué?— logró decir la gallega dándose la vuelta. —Mimi, si es una broma no tiene ni puta gracia—.

Entonces, armándose del valor que en ese momento no tenía, la granadina volvió a levantar la mirada, clavando sus ojos trasparentes en los de Miriam. —i¿Te parece que sea una puta broma?!— le preguntó temblando, a punto de echarse a llorar de nuevo.

Sinceramente, el mal rato que estaba pasando la granadina no sería capaz de imaginarlo nadie, y, a decir verdad, el batacazo de información que acababa de golpear a Miriam, provocó que ella tampoco lo estuviera pasando mejor.

La de Granada sentía que su corazón latía tan rápido que parecía que iba a estallar en su pecho. La de Galicia, por su parte, experimentaba un torbellino similar en su cabeza.

—Pero... —sonó titubeante la voz de Miriam. —¿Cuándo? ... ¿Cómo?...—ahora era a ella a
la que le temblaba todo.

—No lo sé, Miriam, no lo sé— dijo intentando controlar sus emociones para no echarse a llorar. —De repente te miro y te pienso más de la cuenta, y me joden cosas que no deberían joderme. Lo siento, pero es que no lo puedo evitar—.

Miriam estaba flipando. No se esperaba absolutamente nada, y aunque le parecía imposible que eso estuviese pasando, empezó a entender muchas cosas. En su cabeza se empezaron a completar puzzles que estaban a medio hacer. Era por eso por lo que a Mimi le molestaba que se trajera chicos a casa, era por eso por lo que se ponía nerviosa cuando se acercaba a ella o tenía gestos cariñosos... Cómo la miraba, ahora Miriam entendía por qué la miraba de esa manera tan pura y tan bonita.

Miró a Agoney para comprobar que él estaba al tanto de lo que pasaba y el canario bajó la mirada al suelo, apretó los labios y asintió, dándole a entender que daba fe a todo lo que la granadina decía.

A la gallega se le pasó el enfado de golpe. De repente, se sintió rara, confundida, sin saber muy bien qué es lo que tenía que decir o hacer.

—Mimi, yo...— titubeó.

La granadina vio la confusión y el agobio en la cara de Miriam y, de verdad, que con lo que le acababa de confesar, era lo último que quería causarle.

—No tienes que decir nada— dijo con resignación. —Se me pasará, sólo necesito tiempo. No es culpa tuya, soy yo que soy gilipollas.

Dicho todo, Mimi suspiró profundamente y, todavía con el nudo en el pecho, se encerró en su habitación, sintiéndose la persona más patética del mundo.

***

Pasaron los días, y Miriam le metió duro a eso de buscar piso. Se pasó mañanas y tardes mirando en páginas y yendo a inmobiliarias. Ya no se sentía cómoda en esa casa, y no por Mimi, más bien al revés. El hecho de saber lo que la mayor sentía por ella la hacía sentir confusa, y sentía que lo único que hacia allí era incomodar a Mimi, por eso llegó a la conclusión de que lo mejor sería tomar distancia.

Había pasado una semana desde la declaración de amor, y las rubias no habían vuelto hablar. Tampoco habían tenido mucha oportunidad de hacerlo, pues Mimi se pasaba el día en la escuela de baile y Miriam metida en el estudio. Pero eso iba a cambiar ese mismo día.

Te quiero en cada rincón de GaliciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora