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El martirio escolar inició de nueva cuenta, mi mamá ya se había ido al trabajo, mi abuela seguía en casa con su cámara lista para tomarnos una foto al pie de la escalera. Ciertamente aquello era algo que hacía mi mamá cada año, mientras más crecía más lo aborrecía, pero no pude evitar extrañarlo cuando la vi salir de casa a toda prisa esa mañana. Mi abuela, quien era pionera de las fotos en la escalera, no iba a dejar que nos fuéramos sin una foto. En lo profundo de mi ser brinque de felicidad, en el exterior de el fingí que ya me sentía grande para tales cosas.  

—¿Tenemos que hacerlo? —me queje mientras ella nos acomodaba el cuello del uniforme y el cabello, intentando que la sonrisa que me había aparecido no se notara. A Haerin parecía no importarle si había foto o no, simplemente se paró a un lado y obedeció a mi abuela cuando le pidió una sonrisa. 

—¡Se ven tan lindas!

Retrocedió casi hasta llegar a la entrada de la casa, donde contó hasta tres alrededor de diez veces. Para cuando terminó lo único que podía ver eran puntos blancos vagando por todo el lugar. 

Cuando estábamos por ir a desayunar mi abuela nos detuvo, analizando las fotos, paseando sus ojos entre ellas y nosotras.

—¿Pidieron bien las tallas de uniforme?

Mi mamá lo había hecho la semana anterior después del trabajo. Si mal no recordaba los había pedido acorde a la edad, mi informe era talla catorce y el de Haerin un dieciséis. La revelación me llegó al mismo momento que a ellas. Por supuesto, yo era más alta aunque fuera más joven.

—Intercambien uniformes, ya veremos si se quedan así o si los cambiamos cuando vuelvan de la escuela. 

Corrimos porque ya no nos quedaba tiempo. Cada una en su habitación con las puertas medio abiertas lanzamos el uniforme que llevábamos puesto al pasillo para que la otra pudiera tomarlo sin salir en ropa interior. Cuando me puse el talla dieciséis sentí la diferencia de inmediato, el saco no estaba apretado y la falda me permitía respirar, además las mangas de la camisa no me quedaban cortas. Al ver a Haerin pude notar que también estaba más cómoda, ya no le sobraba tela. 

—Deberías dejar de crecer.

—Mas bien tú deberías empezar a crecer. 

Con diez minutos menos de tiempo para irnos, ignoramos la regla de no bajar las escaleras corriendo, no tuvimos tiempo de preparar un desayuno formal así que nos conformamos con cereal, el cual funcionaba para todas menos mi abuela.

—Si se desmayan será su culpa.

Aún así nos dio dinero extra para comprar un bocadillo en cuanto tuviésemos la oportunidad. Mi mamá había dejado dinero suficiente para que tomáramos un autobús de ida y regreso, también para que compraramos algo en el almuerzo, lo dividí en dos y me dispuse a ser la persona ahorrativa que era. Ya no tenía tiempo para llegar en bicicleta, pero al menos podría ahorrarme el regreso.

Haerin se quedó parada en la entrada de la casa viendo su mano con su parte del dinero. Luego me miró tomar mi bicicleta del garaje y se acercó rascando la parte trasera de su cabeza.

—¿De casualidad no tienes otra bicicleta?

No tenía otra, solo la de mi papá, y aunque a ella le perteneciera tanto como a mí era imposible que pudiese manejar tal monstruo del desplazamiento humano. Mi abuela salió de la casa y yo sabía que nos pediría ir juntas a cualquier lugar, por lo cual ambas tendríamos que regresar en autobús. Así que deje la bicicleta de lado y busque herramientas entre las cajas al fondo del garaje.

Mi abuela estaba entrando y tenía en la punta de su lengua lo que ya sabía que me iba a pedir, naturalmente me adelante.

—Lo tengo abuela, le pondré los posa pies de la bicicleta de mi papá a la mía para poder regresar juntas.

Sempiterno 《Lee Hyein + Kang Haerin》 NewjeansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora