Buenos días –el Lunes por la mañana, Fernando entró en la oficina y fue recibido por el delicioso olor a café recién hecho y un perfume exquisito.
Los ordenadores estaban encendidos y en su mesa tenía abierta la agenda con los compromisos para aquel día. Y sintió un gran alivio cuando alzó la vista y vio a Abigail llevándole el café en vez de Lucero.
El viaje de vuelta a Melbourne había sido espantoso.
Lucero había charlado de tonterías, le había dado las gracias cuando el coche la dejó en su casa y había cerrado la puerta sin mirar atrás.
No volvería a la oficina. Fernando estaba seguro de eso. Y en cierto modo era mejor así. Porque sin la continua distracción de Lucero él podría finalmente ejecutar sus planes.
–Quiero que todo esté arreglado para el fin de semana –le dijo a Abigail.
–Creía que teníamos más tiempo.
–Quiero acabar cuanto antes –necesitaba salir de allí lo antes posible, subirse al avión y marcharse a casa.
¿A casa? ¿Y dónde estaba su casa? ¿En Londres? ¿En Suiza? ¿Haría una parada en Singapur? Su familia estaba allí, en Australia.
Él no tenía familia, se recordó.
–Ha llamado Aleksi Colunga –lo informó Abigail–. Dijo que no era nada importante. Sigue de viaje de novios y solo llamaba para saber cómo va todo.
Fernando hizo un gesto de indiferencia que Abigail conocía bien, después de haber trabajado juntos durante años. Abigail estaba felizmente casada, por lo que no se le ocurriría arriesgar su situación con preguntas impertinentes .
–Es extraño –dijo ella con una sonrisa insinuante–. Los dos en Australia...
–No será por mucho tiempo. El viernes lo anunciaré en una rueda de prensa, pero hasta entonces intenta aparentar que todo sigue igual. Necesito, eso sí, que avises a los auditores. Quiero que el equipo esté aquí el fin de semana. Voy a marcharme en cuanto acabe la rueda de prensa.
Abigail frunció el ceño. Normalmente, Fernando era el último en abandonar el barco. Siempre se quedaba para resolver los últimos detalles, responder preguntas y mantener a raya a los periodistas.
–¿No crees que serás necesario aquí? –le preguntó Abigail–. Al menos unos días.
.–Ya he pasado aquí demasiado tiempo. Lo que queda solo es trabajo administrativo.
Se volvió hacia el ordenador y Abigail, que no era Lucero, captó la indirecta y no preguntó nada más. Pero había una cosa que Fernando necesitaba aclarar, de modo que salió del despacho para hablar con ella.
–Había una ayudante... Lucero. No creo que vuelva, pero, si lo hace, no tiene que saber nada ni... –no acabó la frase, porque, justo en aquel instante, Lucero entró en la oficina, igual que el primer día, ofreciendo una rápida disculpa por llegar tarde y portando un gran vaso de café. La única diferencia era que estaba completamente maquillada.
–Yo soy Lucero –le ofreció la mano a Abigail, quien dudó un momento antes de aceptarla–. Pregúntame lo que necesites saber –pasó junto a Fernando con una radiante sonrisa, le dio los buenos días y se dirigió hacia su antiguo despacho.
Lu había dejado muy claro que su relación era exclusivamente profesional, pero eso no significaba que todo fuese normal. Al fin y al cabo, estaba fingiendo. Despreciaba a Abigail, con su coqueta sonrisa y sus largas uñas rojas apoyadas más tiempo del necesario en el brazo de Fernando. Despreciaba a aquella mujer leal y que Fernando que lo aceptaría sin dudarlo.
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El Diablo Se Viste De Colunga - Adaptación.
Romance"EL CABALLERO ESTÁ PREPARADO PARA TOMAR LA INOCENCIA DE LA DAMA " ABRIL 2016