Nacimiento de dos mundos

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En los albores del tiempo, antes de que las estrellas fueran sembradas en el cielo, existía aquel que Es, el gran Rey de la Gloria. Su reinado trascendía cualquier concepto de tiempo y espacio. En compañía de su Trinidad, vivía en una comunión íntima y perfecta. Pero el amor del Rey era tan vasto que deseó compartirlo, y así creó seres libres para amarlo o no. En el amanecer de la creación, surgió un reino de belleza indescriptible. El reino espiritual era un paraíso celestial suspendido en nubes doradas que irradiaban una luz cálida y suave. Un laberinto de montañas flotantes, cada una un mundo en sí misma, se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Algunas, colosales y majestuosas, se erguían como guardianes del reino. Otras, más pequeñas y delicadas, flotaban como islas en un mar de nubes. Arroyos cristalinos, alimentados por fuentes mágicas de agua viva, serpenteaban entre las rocas, creando cascadas que caían hacia un vacío dorado. Enormes lianas, como puentes colgantes, conectaban estas islas flotantes, creando un laberinto mágico de senderos celestiales. En el corazón del reino, desde lo alto de las nubes, se erigía un pico colosal, coronado por la Ciudad Eterna. Sus edificios, una fusión de arquitectura medieval y futurista, están esculpidos en oro puro y adornados con piedras preciosas. Un titánico y colosal muro de jaspe, cincelado con intrincados diseños, rodeaba la ciudad, sus doce puertas hechas de perlas, se abrían hacia los cuatro puntos cardinales. En el centro de la ciudad se alza un gran e imponente templo con murallas de mármol. Las puertas de oro dan a un atrio amplio y espacioso que termina en un arco que lleva al área en donde se encuentran el altar de los holocaustos y la fuente de bronce. En el interior del templo está el salón del trono en donde se sienta un ser majestuoso y resplandeciente como el sol, esta es la imagen visible de la deidad invisible.

Los habitantes de este reino son seres humanoides similares a los elfos con orejas de punta y poseían una belleza sobrenatural. Están vestidos con elegantes uniformes confeccionados en una sola pieza, hechos de lino fino de color blanco y adornados con discretas líneas doradas, en el pecho destaca un símbolo de ala.

A voluntad pueden transformarse en querubines, seres híbridos mitad hombres, mitad animales, con cabezas de león, águila o toro con múltiples ojos, esta transformación les permiten tener un cuerpo recubierto con bronce pulido y brillante, una piel...

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A voluntad pueden transformarse en querubines, seres híbridos mitad hombres, mitad animales, con cabezas de león, águila o toro con múltiples ojos, esta transformación les permiten tener un cuerpo recubierto con bronce pulido y brillante, una piel metálica que funciona como armadura, también pueden cambiar totalmente a un animal alado. Estos seres tienen poder sobre los elementos de la tierra y otras habilidades sobrenaturales. A cada uno le acompaña un artefacto de poder en forma de anillos concéntricos hechos de topacio con múltiples ojos, en su centro arde un núcleo como una tormenta de fuego que destila relámpagos. A donde quiera que estos seres van, los aros se mueven junto y alrededor de ellos siguiéndolos a cada paso que dan, porque el espíritu de ellos está en los anillos.

 A donde quiera que estos seres van, los aros se mueven junto y alrededor de ellos siguiéndolos a cada paso que dan, porque el espíritu de ellos está en los anillos

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Una vez concluida la obra maestra del reino espiritual el Rey se dispuso a forjar un nuevo mundo, el reino de los hombres, al cual sometió a tiempo y espacio. En sus inicios no era un lugar bello y rebosante de vida, más bien era una masa caótica de tierra y agua cubierta de tinieblas. El Espíritu del Rey Creador se movía sobre la superficie del agua tal como un ave empolla sus huevos, manipulando los elementos primarios del mundo y dándoles forma. Luego dijo. 

_¡Hágase la luz! 

Y al instante, una resplandeciente aurora inundó el vacío, expulsando las tinieblas, esta luz no emanaba de un sol aún inexistente, sino de la propia esencia del Creador. Fue así que separó la luz de las tinieblas, y fue así que el Rey estableció el ritmo del día y la noche.En ese primer amanecer, el Creador extendió una bóveda sobre el abismo, sólida como el metal fundido, pero transparente como el cristal más fino. Esta cúpula celestial separó las aguas superiores de las inferiores, creando el firmamento, un vasto océano de aire que envolvería la Tierra. Y así, en un abrir y cerrar de ojos, el caos dio paso al orden. 

 En el segundo día, el Creador, con un simple mandato, hizo que las aguas se retiraran y la tierra firme emergiera del abismo. Del suelo húmedo brotó una alfombra de hierba acompañada de flores de colores vibrantes y perfume exquisito. Árboles más altos que cualquiera en el presente se extendían hacia el cielo, sus troncos sostenían grandes Parras cargadas de frutos de gran variedad y abundancia casi ilimitada.

 Al tercer día, el Creador hizo que surgieran en el firmamento dos grandes luminarias. El sol, una esfera dorada incandescente, ascendió por el horizonte oriental, bañando la Tierra con su cálida luz. Su resplandor llenó las hojas de los árboles con su calidez e iluminó las aguas cristalinas. Al caer la noche, la luna, un disco plateado, surgió en el cielo, derramando su suave luz sobre el mundo, y a su alrededor, un sinfín de estrellas titilaban como diamantes, creando un espectáculo celestial. Estos astros no solo iluminaban el cielo, sino que también servían como guías precisas, marcando el paso del tiempo y regulando las estaciones. 

 Al cuarto día, el Creador llenó las aguas de vida. En respuesta las aguas comenzaron a borbotear, del fondo del mar emergieron toda clase de seres, desde diminutas criaturas luminiscentes hasta gigantescas ballenas que surcaban los océanos. Los peces de colores brillantes nadaban en bancos que parecían infinitos y en las profundidades se movían criaturas legendarias como los poderosos megalodones y los majestuosos dragones marinos. Simultáneamente, del agua surgieron las aves, con sus alas desplegadas, listas para conquistar los cielos. Águilas, halcones, golondrinas y una infinidad de especies más se elevaron en el aire, llenando el mundo con sus cantos y sus vuelos.

 Al quinto día, la tierra firme comenzó a borbotear y de su interior emergió una multitud de criaturas, desde los insectos más diminutos, las serpientes que se arrastraban entre las hojas, hasta las grandes fieras y mamíferos que pastaban en las llanuras. Entre estos, destacaban los impresionantes dragones, aquellos gigantescos reptiles que hoy conocemos como dinosaurios, que dominaban la tierra con su fuerza y su tamaño, estos seres eran los reyes indiscutibles del mundo animal. 

 Al sexto día, el Creador, contemplando su obra maestra, pronunció estas palabras.

 _ Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y que domine sobre los peces del mar, sobre las aves de los cielos, sobre las bestias, sobre toda la tierra, y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra. 

 Con estas palabras, el Creador se preparaba para coronar su creación, dando origen a un ser único capaz de amar, razonar, de relacionarse con él y de gobernar sobre toda la creación. Del polvo de la tierra, el Creador, con dedos divinos, esculpió una figura humana. Era Adán, la obra maestra de Dios el cual daba forma a cada músculo y cada hueso. Luego se inclinó sobre su obra, sopló en su nariz el aliento de vida. En ese preciso instante, el barro cobró vida, los ojos se abrieron y Adán, el primer hombre, respiró por primera vez deleitándose con la mirada de su creador. Todo era realmente perfecto en gran manera. Al séptimo día Dios descansó de toda la obra que había creado, así que bendijo ese día y lo santificó. La paz reinaba en la tierra y en el cielo, todas las criaturas vivían en armonía con su Creador y entre ellas mismas, también le adoraban y servían con amor y gratitud.

Guerra De Espiritus/GénesisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora