Creo firmemente en la reencarnación.
Apostaría a que, en el pasado, fui lo más parecido a un escarabajo pelotero. Uno de esos insectos inútiles a los que les gusta rebozarse en la mierda.
Desde que descubrí que mi madre tenía una aventura con el jardinero de la vecina y vi con mis propios ojos como mi padre dilapidaba mis ahorros en la taberna del final de la calle, me pasaba los días y las noches, regodeándome en mi mala suerte, cual escarabajo pelotero.
Una mañana, el espejo me devolvió la imagen de un cuarto repleto de suciedad y unas ojeras que habían tomado un tono violáceo un tanto preocupante. Mi vida, mi cuarto y mi cuerpo padecían el síndrome de Diógenes. Había acumulado tanta mierda que tenía ganas de vomitar. Quizá por ello hice la maleta con lo poco que me quedaba en el armario, dejé a mi pareja con un simple mensaje y pillé el primer autobús que salió de la central.
Mi nuevo destino me recibió con las ruedas de la maleta jodidas. Una lluvia que arrastraba consigo la hojarasca que se amontaba bajo la copa de los árboles y un par de manzanas que tuve que recorrer a pie por cometer el tremebundo error de bajarme antes de llegar a la residencia. Sí, residencia. Universitaria concretamente. Cual escarabajo pelotero, me arrastré a mí y a mi maleta hasta el apartamento que había alquilado después de vender las pocas cosas de valor que encontré en casa. Era mi venganza para con mis progenitores. Arruinarles como ellos habían arruinado mi vida. Culparles de mis malas decisiones era lo más sencillo. A ellos y a mi pareja. Me negaba a admitir que la vida me estaba poniendo a prueba para que, de una maldita vez, tuviera la valentía de luchar por mis sueños. Esos que se ocultaban tras montañas de ropa sucia y envoltorios de comida para llevar.
Al entrar en el apartamento, sonreí al descubrir que yo no era el único insecto que se abría paso ante la mierda que suponía sobrevivir. Porque, francamente, lo que había hecho en los últimos meses era subsistir como un ente fantasmagórico incapaz de cruzar al otro lado. Encerrado en una especie de limbo versión scape room en el que no había salida ni solución. A no ser que encontrara la manera de liberarme de la pesada carga que suponía ser yo y la única solución viable era tomar acción poniendo en orden mi vida, mis sueños y mis estudios. Mi inexistente vida amorosa y la falta de amistades sería algo en lo que trabajaría más adelante. Cuando hubiera conseguido poner en orden todo lo que estaba fuera de lugar. Empezando por el vertedero que suponía mi nuevo hogar. Salvo mi dormitorio, el resto de estancias era lo más parecido a la mañana siguiente del paso de un huracán. Devastación. Valoré gritar hasta quedarme sin aliento en una búsqueda desesperada por soltar lastre. Quizá lo hubiera hecho si el campus hubiera sido y estado desierto. Nada más lejos de la realidad. Ni siquiera la lluvia los había parapetado en la biblioteca o las fraternidades. Desde el ventanal conté varias decenas de estudiantes, un dato poco o nada relevante. Vivir en una residencia estudiantil tiene esos pequeños detalles: estudiantes a raudales. Cosa extraña hubiera sido encontrar funambulistas haciendo malabares sobre la cuerda floja. Y lo cierto es que llegué a pensar que esa circunstancia podría ser el proyecto de futuro en el que estaba trabajando mi compañero de piso. Eso explicaría que pudiera vivir en un piso diminuto en el que ni se veía el suelo o la superficie de los muebles. Después me replantee la posibilidad de que la cuerda hubiera fallado y mi compañero hubiera sido engullido por su propia mierda. Por suerte para los dos, nadie esperaba que yo lo salvara cuando apenas lograba mantenerme a flote. Por aquel entonces era tan inestable como Rose en Titanic enganchándose a la vida y la puerta o lo que fuera ese pedazo de madera a la deriva.
En resumen: mi recién llegada a la universidad había sido un fiasco, apenas me quedaban cien dólares en la cartera, mis escasas e inútiles pertenencias cabían en una maleta rota, la lluvia me había calado hasta los huesos y mi compañero de piso, a quien no conocía aun, era un auténtico cerdo. Las opciones que barajé -se mantenían sobre la cuerda floja imaginaria de mi compañero de piso- estaban entre encerrarme en el dormitorio para regodearme en la desdicha o limpiar aquel desastre.
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¡Te vas a enterar!
Teen FictionSam, en un intento de recuperar las riendas de su vida, rompe con todo y con todos. Un trayecto en autobús bastará para que decida salir del agujero en el que se estaba hundiendo, retomando los estudios en una universidad que apenas puede costear. A...