2. La vaga

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Douglas

Ser el hermano más pequeño en una familia de cuatro, es un poco complicado.

Desde que nací, desempeñé el rol de ser el hermano indefenso, el inocente, el que solo sabe sacar buenas calificaciones, pero que no sirve para nada más.

Frente a la luz que irradiaban mis otros hermanos por su talento y demás habilidades, yo simplemente fui y siempre seré eso: el hermano menor.

La universidad parecía ser el único lugar donde me tomaban en serio. Por fin podía ser alguien importante. Las horas de estudio valían la pena si al final recibía una sonrisa y una felicitación de mis profesores.

Me había dedicado a ser el mejor en mi primer año de universidad. No me arrepentía en absoluto. Salvo por las horas de desvelo y el poco tiempo libre que tenía los fines de semana.

—Deberías decírselo —me alentó Alexandra, acercándose a mi lado.

—Todos me van a odiar si lo hago —respondí, en un susurro.

El profesor se había encargado de hacer entrega de los exámenes calificados, que habíamos estado esperando desde la última semana. Y para el cual, cabe mencionar, había estudiado por más de dos semanas.

—Dou, todos ya nos odian —anunció Alex, como si fuera lo más obvio del mundo— ¿Cambia algo si le vas a decir?

Sopesé sus palabras por algunos segundos. Ella tenía razón. No había que ser un genio para darse cuenta que a mis compañeros no les agradaba. Muchos afirmaban que tenía comprada a la facultad, y que esa era la razón de mis buenas calificaciones.

—Si no se lo dices tú, se lo diré yo —sentenció Alexandra.

Durante los últimos diez minutos habíamos estado discutiendo sobre la respuesta seis de la segunda sección. La cual, ambos habíamos acertado, pero el profesor nos la había puesto incorrecta, sin una razón aparente.

Ambos concluimos que simplemente se había equivocado al calificar.

—No nos vendría mal tener dos puntos extra, ¿no crees? —me alentó, dándome una brillante sonrisa de emoción— ¡Tendrías la nota máxima!

Después de algunos segundos en los que prácticamente no hablamos de otra cosa, Alexandra prácticamente terminó por empujarme al escritorio del profesor.

Cuando la mirada del profesor Muñoz conectó con la mía, no tuve otra salida que decirle la verdad.

—Déjame ver —pidió, y yo le extendí mi examen.

Sus ojos se iluminaron por algunos segundos, y después aparecieron unas pequeñas arrugas en su frente. Asintió con la cabeza y me devolvió mi examen. Después de carraspear, se dirigió al resto del alumnado:

—He cometido un error, jóvenes —anunció— La respuesta de la pregunta número seis de la segunda sección es el inciso C.

Después de sus palabras, una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios cuando me di cuenta que me había dado la razón. Alexandra soltó un grito de emoción y se acercó para abrazarme con efusividad.

Mis compañeros celebraron al igual que yo, porque gracias a eso tendríamos más puntaje. Por otro lado, algunos me observaron con molestia y me pregunté si verdaderamente había hecho lo correcto.

Cuando la clase concluyó, acompañé a Alex a la salida de la universidad, mientras esperábamos que su mamá llegara a recogerla.

—¿Crees que muchos se enojaron? —le pregunté, un tanto temeroso.

—¿Te importa la opinión de ese montón de vagos? —preguntó Alex, con un poco de ironía— La única que podría estar molesta es la vaga de Eva.

¿Eva?

—¿No es la pelirroja? —pregunté, ya que no me sabía los nombres de todos mis compañeros.

—Eva Galeano —dijo, y de pronto su rostro apareció en mi mente— Hasta tiene la palabra «vaga»  en su nombre, si lo dices de corrido.

Alex estalló en una carcajada, al terminar de decir aquello. Luego acercó su mano a mi cabello para despeinarme de manera amistosa.

—No te preocupes, Dou —trató de animarme— No hiciste nada malo.

La sonrisa en el rostro de Alex le brindó tranquilidad al resto de mi cuerpo. Ella era una chica realmente bonita, de cabello ondulado y castaño, y unos ojos almendrados que brillaban a la luz del atardecer que estábamos presenciando.

Desde que inició la universidad nos hicimos mejores amigos y no nos hemos separado desde entonces. Aunque mi madre había insistido un par de veces en que deberíamos ser más que solo amigos, nunca me he animado a verla de otro modo.

—Oh, esa es mi mamá —dijo, levantándose de su asiento y tomando su mochila para llevarsela al hombro— ¿Seguro que no quieres que te llevemos?

Asentí con la cabeza, para recalcar mi decisión.

—No te preocupes, en serio —le dije.

Antes de despedirse, se acercó para depositar un pequeño beso en mi mejilla. Con la promesa de encontrarnos en la cafetería antes de que iniciaran las clases de mañana, ella corrió hasta la camioneta azul de su mamá.

Me despedí de ella con una sonrisa y un gesto de manos. Después de un rato de presenciar los dulces colores del atardecer de ese día de agosto, caminé hasta donde había dejado mi bicicleta.

Crucé la calle con un poco de dificultad y llegué hasta ella.

Era de los pocos estudiantes que utilizaba la ciclovía, pero no era algo de lo que me avergonzara.

La verdad era que aún no tenía mi licencia para conducir.

Exacto.

Podré sacar buenas calificaciones y ser de los mejores estudiantes de mi promoción, pero había algo que no sabía hacer y tenía la certeza de que jamás iba a aprender: manejar.

La universidad me quedaba medianamente cerca, y cuando no tomaba el autobús, acostumbraba utilizar mi bicicleta.

A eso me disponía cuando las luces de un carro a toda velocidad me cegaron.

La sangre se heló dentro de mi cuerpo, y por un segundo me quedé sin respiracion. Rápidamente di dos pasos hacia atrás para evitar una catástrofe, aunque no pude evitarla del todo.

¡Crack!

Un sonido estrepitoso.

Mi bicicleta hecha un desastre y una pelirroja al volante.

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¡Buenas! Gracias nuevamente por darle la oportunidad a mi historia. Espero que hayan disfrutado del capítulo :)

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