Capítulo 55

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Paso la noche entera en vela, volviendo a ese recuerdo corto y agridulce del pequeño Ángel y un joven yo. No acabo de comprender bien qué sucede, solo que le estoy regañando suavemente por algo y aunque él luzca realmente mal yo sigo y sigo. Me parece un poco cruel, yo jamás trataría así a un pequeño niño. O al menos eso pensaba antes de recordarlo.

Es extraño el cómo mis recuerdos vuelven siempre después de que Ángel me haga algo horrible. Como una especie de golpe de gracia, solo que ninguno ha tenido la suerte de matarme todavía.

Esta vez, debo admitir, mi memoria ha vuelto después de que él y yo tuviésemos sexo, no después de una paliza o una crisis de ansiedad, aunque me pregunto si acaso el hecho de que yo haga gozado del cuerpo que debería inspirarme temor no es algo todavía más dañino que uno hueso roto.

Me revuelvo en la cama, quitándome las pesadas sábanas de encima y notando mi cuerpo todo tenso y dolorido y abrazándome a Ángel, que duerme como un bebé después de hacer lo que ha hecho. No tiene una gota de remordimiento y eso me aterra. Me aterra porque sí, ha sido amable mientras lo hacíamos, sí, a veces me trata tan dulce que creo que estoy sintiendo cosas que no debería y sí, él ha hecho todo porque me ama, aunque sea un amor retorcido, pero ¿Qué puedo esperar de un hombre capaz de conciliar el sueño después de tomar a su rehén? Me gustaría ver su ceño fruncido, sus manos acariciándome la nuca y la tripa y su voz dulce y preocupada en mi oído, preguntándome cómo me siento y si realmente quería hacerlo o solo tengo la cabeza demasiado jodida para pensar con claridad. Y no sabría qué responderle, pero quiero que pregunte, que se preocupe. Quiero que se sienta un poco mal, porque cuando un hombre se siente culpable al día siguiente hay mimos y flores y muchos besos bonitos. Papá hacía eso las veces que golpeaba demasiado a mamá.

Mamá...

Saber lo que hizo me da náuseas. Todavía no asimilo bien que aquello fue real, pero cada segundo que pasa el recuerdo se hace más vívido y pequeños, horribles fragmentos, de los años que tenía sumergidos en una laguna emergen. Emerge la imagen de mi cabecita joven hundida en la bañera, tratando de flotar lejos de manos delicadas que se sentían demasiado violentas pese a no dejar nunca un moratón. Emerge el olor a champú y perfume de mujer, incapaz de enmascarar el hedor nauseabundo de una boca húmeda y grande que deja la cara de un niño lloroso chorreando de pintalabios corrido. Emerge el sonido del agua corriendo, del pestillo del baño, de hipidos y de la pregunta cruel de por qué estoy llorando si he terminado.

Quiero vomitar al recordarla, pero entonces me acerco a la espalda desnuda y suave de Ángel y lo abrazo. Inhalo su aroma: jabón neutro y ese olor masculino y salado que su piel siempre tiene pegado a ella. No hay una sola gota de perfume o de besos con pintalabios. Quizá él enrojece su boca con sangre, pero es mejor, se siente mejor. Paso los dedos por su columna y luego por los omóplatos, siguiendo el relieve de sus fuertes músculos y suspirando con calma porque sé que Ángel mataría antes que dejar que mamá me volviese a poner sus manos jabonosas sobre mí. Ángel me quiere suyo y, por lo que a mí respecta, ser suyo significa estar protegido, a gusto, ser cuidado y querido, incluso si es demasiado rudamente.

Tan rudamente que cuando me hace daño abre heridas viejas, dejando sangrar recuerdos enterrados en mí bajo piel cicatrizada.

No me doy cuenta de que ha amanecido hasta que Ángel empieza a moverse en la cama revolviendo su fuerte cuerpo atrapado en las sábanas y haciendo ruidos roncos de incomodidad. Se tapa la cara dejando caer allí su gran mano cuando pequeños haces de luz entran por los huecos de la persiana dando de lleno en sus ojos. Después de unos minutos se voltea hacia mí, todavía dormido y con la respiración pesada inundándome el rostro. Lo miro unos segundos, disfrutando de la calma que me ofrece su cercanía únicamente cuando está dormido. Contemplo sus largas, claras pestañas, la ancha y definida nariz, la forma en que sus labios gruesos se entreabren un poco cuando tiene el rostro relajado.

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