3.- La Primera Prueba de Sigilo (3/3)

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Los cadetes también le aplaudimos. No había sido un espectáculo como el de Serva, pero había sido un intento mucho más humano.

"Pero él es volir" me hizo ver Brontes.

—Me refiero a normal, mundano, algo posible de conseguir.

Cecil se sentó con nosotros. Yo le di unas palmaditas de felicitaciones.

—Bien hecho, Cecil— le espeté.

—Gracias, linda. Admito que estaba un poco nervioso.

Gretos y Veraz le sacudieron la cabeza más brusco de lo que yo consideraría agradable.

—¡Muy bien, desgraciado!— lo felicitó Gretos.

—¡Así se hace, maldito!— exclamó Veraz mientras le apretaba el cuello con un ala.

Quise decirles que se detuvieran, pero entonces Cecil se echó a reír y les sonrió de vuelta y les dio palmaditas a ambos.

—Gracias, ustedes tampoco estuvieron mal, solo cometieron errores de principiante. Volvamos a intentarlo la próxima vez para salir todos en una misión oficial algún día.

—Dalo por hecho— le aseguró Veraz.

Los tres sonrieron y se dieron unos empujones amigables. Admito que no les había visto mucho ese lado, aunque me imaginé que así debían comportarse cuando yo no estaba presente. Eran lindos, en cierto sentido.

—Liliana— me llamó el profesor.

Me puse de pie de un salto. No me había dado cuenta que había llegado mi turno.

—Tú puedes, Lili— me espetó Cecil— solo mantén tu mente despejada.

Tragué saliva.

—Eso espero— contesté.

Me dirigí a la pista robóticamente y me planté frente al punto de partida, cubierto por una caja. La pista era similar a las que habíamos visto en nuestras prácticas: se trataba de un octágono que albergaba cuatro zonas; la zona norte que albergaba el tesoro, al otro lado del punto de partida; dos zonas laterales, y la zona central, que abarcaba el comienzo de la pista, el centro y tenía acceso a las tres otras zonas. También era la única con suficientes obstáculos para esconderse.

Para acceder de una zona a otra había cinco puertas instaladas; tres que conectaban a cada una con la zona central y dos que conectaban a la sala del tesoro con cada zona lateral. Eso me daba tres caminos para llegar al tesoro y volver. También había accesos escondidos, como hoyos en las paredes y ventanas.

—¿Lista?— preguntó el profesor.

—¡Sí!

—¡Comienza!

De inmediato me oculté detrás de la caja en el punto de partida y continué por detrás de una plataforma. Tuve que agacharme casi pegada al suelo para evitar que el profesor me viera. Me arrastré por un lado del área central hacia un montón de sacos de arena, me detuve en el borde de mi escondite y miré adelante; frente a mí el suelo se habría sin nada tras lo cual ocultarse, pero más allá un letrero apoyado en dos conos de tránsito me brindaba cobijo suficiente para continuar hacia la sala este. No sabía si el profesor estaría mirando en mi dirección o no, así que me detuve y escuché con atención.

Los primeros segundos no oí nada, pero luego noté unos pasos flojos, como un guardia que ya lleva un par de horas en su turno de noche. Los pasos se acercaron a mí. Me preparé a retroceder, pero luego giraron en otra dirección.

—¡Ahora!— pensé.

Rápidamente me desplacé haciendo el menor ruido posible hasta el letrero con los conos, hice una pausa para calmarme y esperé que el profesor exclamara que me había visto, pero no ocurrió nada.

La Helada Garra de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora