Capítulo 44

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La oscuridad del abismo volvía a envolverme como la noche que me apresaron en las celdas junto a Ciro. Era la misma sensación.

La nada.

La tenebrosidad del silencio.

La más absoluta calma y paz.

No sentía nada, no escuchaba nada, el dolor ya no habitaba en mí ser. Mi conciencia vagaba por la oscuridad de la nulidad y la negrura de aquellas tinieblas me cegaba.

Repicando una y otra vez en mi mente la voz del Duque al llamarme desesperadamente. Pero sabía que eso era un sueño y él no estaba allí conmigo. Era mi imaginación, la que me martirizaba cada vez que dormía y esta vez había sido muy real.

Intenté despegar esa voz atronadora que repicaba constantemente en mi cabeza para dejar paso a nuevas voces. Voces que escuchaba a mi alrededor y que me llamaban también con desespero. Hasta que una explosión cegadora de brillantes rojos y morados, cegó por completo mi conciencia y sentí como la poca oscuridad que en su día Ciro me había regalado me impulsó de nuevo a la realidad.

—¡Damara despierta! —chillaba Meredith.

—Lleva muchas horas así ¡Joder! —sentí la voz de Eros.

Y en ese instante, mi pecho se infló con el aire que faltaba en mis pulmones y volví a abrir los ojos volviendo al mundo de los vivos.

—Eso es mi niña, mírame —decía Meredith con voz rota.

Pero no pude dejar de mirar al frente, pues ante mí, tenía a Iris y a Harkan con los ojos bien abiertos posados en mi persona.

—Ha llegado la hora Damara —dijo Iris acercándose a mí y acariciando mi rostro empapado de agua—. Debes empujar con todas tus fuerzas, él bebe te necesita cariño.

Las lágrimas volvían a negar mi cara al escuchar su voz, al tenerlos allí conmigo en esa situación tan importante y difícil de mi vida. Así que asentí, y empujé con todas mis fuerzas mientras chillaba por el dolor que había vuelto a parecer entre mis piernas.

Había perdido la cuenta de cuantas veces lo había intentado. Volvía a sentirme débil y cansada.

Pero no podía rendirme, estaba a punto de dar a luz a la persona que me devolvería la esperanza de volver a amar.

—Vamos Damara, ya asoma la cabeza, empuja fuerte por última vez —decía Iris con la camisa verde arremangada.

La imagen que tenía delante era de película.

Las inmortales asistían con ganas a ayudarme a tener al niño, mientras que sus maridos, uno a cada lado de mi cama, agarraban mis manos con fuerza animándome.

Hasta que volví a intentarlo de nuevo, la última había dicho Iris. Me armé de coraje y empujé con todas las fuerzas que me quedaban.

Y entonces lo escuché.

El llanto del bebe en brazos de mi antepasada morena. Mirándome con asombro y sonriéndome a su vez. Dejé caer unos segundos mi cabeza en los almohadones que me arropaban y volví a mirar a las dos inmortales que tapaban al bebe con una manta mientras se miraban y sonreían.

—Eres una campeona rubia —me dijo Eros casi en un susurro—. Enhorabuena.

—Día uno de mayo de dos mil veintiuno —siguió diciendo Harkan—. Acaba de nacer a las once y once de la mañana, marcada por el triple número uno.

Sonreí con ganas. Lo había conseguido.

Y sin haber programado este embarazo, mi bebe había sido elegido por la diosa y marcado por el triple número como su madre.

La Meiga Número 5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora