«El cereal se acabó, la leche, el café. Maldita sea, no el café» pensó Julieta mientras repasaba su parte de la alacena de la cocina «Tendré que salir, el café es algo que nunca me puede faltar» «Pero si salgo tendré que bañarme» olió un poco su blusa y luego rasco su cabeza para llevarse los dedos a la nariz «Puta madre, si huelo mal» «Si te cambias de ropa y te pones un poco de desodorante y perfume tal vez no huelas mal» Le habló la segunda voz en su cabeza.
Busco entre sus cosas y no encontró ni desodorante ni perfume. Muy a su pesar tuvo que bañarse, tomó sus cosas y entro al baño.
Lo peor de vivir sin una figura de autoridad era que no hay nadie que se preocupe por ti y dejas de sentir esa presión por hacer ciertas cosas, si lo haces está bien, sino no pasa nada, y más si estás en un estado de depresión, cuando hay alguien que se preocupa de ti no te dejan caer tan bajo.
Al salir de bañarse sintió una gran necesidad de verse en un espejo y en su habitación y baño no había ni un solo espejo; así que con la toalla aun enredada en su cuerpo fue al único lugar de la casa casa disponible para verse, el baño compartido de la casa. Entró con la cabeza gacha, con mucho nerviosismo levanto la cabeza y por primera vez en bastante tiempo se volvió a ver a si misma; no se reconoció, su cara ya no era regordeta, ahora tenía un aspecto delgado enfermizo y unas grandes ojeras. Siempre fue llenita y nunca creyó que adelgazaria, apezar de practicar distintos deportes nunca pudo adelgazar del todo, bajaba unos cuantos kilos y era todo. Pero era obvio que con su pésima alimentación su cuerpo empezará a robar grasa de dónde pudiera con tal de no morir.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, sentía lástima por ella misma.—Esta no soy yo, mis mejillas se abultaban cada vez que reía —se regalo una gran sonrisa que solo la hizo llorar más.
Después de tanto tiempo se permitió romperse completamente, en todo el tiempo que llevaba en depresión no había llorado. No se había permitido sentir del todo.
Entre lágrimas regreso a su habitación y se vistió. Se recostó en su cama y mientras abrazaba a su almohada llorando pidió perdón: perdón a ella, por no ser fuerte; a su mamá, por irse sin despedirse; a su papá, por no ser valiente; a sus hermanas, por abandonarlas y no seguir luchando a su lado; a los demás que la querían, por ya no sonreír… A todos, por dejarse caer y no luchar.
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Un Minuto de Soledad Infinita
JugendliteraturVivimos todos los días y solo morimos una vez