24. TE AMO ADAM

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Días después, la enfermera ya no pudo más. No sabía por qué motivo, no podía dejar de pensar en que iba a necesitar a ese cavernícola a su lado y no solo durante el parto, sino para el resto de sus días.

Llegó al museo de historia natural en Virginia, donde supo que Adam estaría dando unas conferencias. Sus padres creyeron que estaba loca cuando tomó la decisión de viajar.

No está tan lejos recordó que les dijo entusiasmada.

—Mierda, Sandra... Estás embarazada de un par de salvajes, igual que su padre —se dijo, andando ligeramente agitada por la prisa y el clima—. No te vayas a desmayar.

Había una esperanza latiendo en su interior. Quería darse la oportunidad de verlo y hablar para saber si aún podían luchar por la relación que nunca tuvieron, pero que estuvo latente en cada momento que compartieron.

—Lo siento, señora, el doctor Fenway se encuentra en una expedición, parece que encontraron unas osamentas en la zona arqueológica de Cactus Hill y se fue desde ayer —le dijo un colega.

—¿Qué?

—Sí, tal vez en el instituto de ciencias de la ciudad le puede dar más información precisa.

—¿En dónde rayos queda eso? —repitió la chica con cansancio cuando obtuvo nueva información.

—Me temo que usted no está en condiciones de visitar la zona —dijo notando su embarazo, que casi parecía de nueve meses.

Sentía que se derretía a cada paso que daba, los casi cuarenta grados de la región en pleno verano eran insoportables y su vestido azul no era precisamente adecuado para el clima, mucho menos los tacones, ni el cabello suelto, pero debía verse de lo mejor para enfrentarse a Adam.

—Buenos días, señorita —se acercó a la recepción—. Quiero saber si se encuentra el doctor Adam Fenway —dijo sintiéndose sofocada, aun cuando había aire acondicionado.

—No, señorita, acaba de irse a la universidad. Tiene una conferencia.

Sandra no podía creer tan mala suerte. Estaba muy cansada de tanto ir y venir.

—¿Está segura?

—Así es, salió hace quince minutos.

Al llegar a la universidad tuvo otro contratiempo, no podía ingresar al auditorio donde se realizaría el evento.

—Él me conoce, si le dice al doctor quién lo busca me dejará entrar de inmediato.

—Claro, señorita —contestó el hombre de seguridad mirando la de pies a cabeza—, conozco esa canción.

—¡Oiga!

—Disculpe, pero son órdenes. Además, si fuera cierto, el mismo doctor me habría avisado —dijo más tarde el organizador acompañado de un vigilante. Sandra no sabía que las conferencias de Adam fueran tan elitistas.

—Es que no sabe que estoy aquí y si le avisa verá que...

—Perdón —la interrumpió una voz masculina. Sandra Se volteó a verlo y su rostro se iluminó al instante.

—¿Doctor Ocaña?

—¿Señora Fenway? —inquirió con asombro el médico viendo su redonda y acalorada figura.

—Sí —sonrió agradecida porque aún la reconociera por su apellido de casada.

—¿Señora Fenway? —intervino el guardia.

—Sí —contestó Sandra, sabiendo que el vigilante no sabía que no lo era la esposa del otro doctor Fenway.

—Señora, discúlpeme.

—¿Tiene algún problema? —preguntó el médico guatemalteco.

—Creo que ya no, ¿verdad joven?

—No, señora pase.

—¿Cómo sigue su esposo? —inquirió Ocaña, sentándose a su lado en el auditorio.

—Muy bien —respondió Sandra acomodándose para ventilarse con uno de los trípticos—. ¿Y usted qué hace aquí?

—Me encontré con Adam hace un par de días y me invitó a venir y como su trabajo es muy interesante vine.

—¿No le dijo Adam que me divorcié de su hermano?

—¿De verdad?

—Sí, doctor y que esto es producto de ese hombre que está por entrar —respondió cuando se oyó el orador. Ocaña la miró con asombro.

Decidieron poner toda su atención al frente y Sandra sintió un vuelco en el estómago pues vería a Adam después de aquel día.

Fue como la primera vez que lo vio, solo que esa vez llegó con el cabello ya no tan largo; el bigote y la barba eran tan solo un toque en su rostro varonil. Se veía pulcro y sensual, sobre todo muy interesante.

Ya no parecía un cavernícola usando traje, pensó y sonrió para sí misma. Luego se rio cuando lo oyó a hacer un comentario gracioso. No había perdido su sentido del humor, aunque por momentos veía un gesto sombrío en su expresión.
Fueron casi dos horas llenas de preguntas, de respuestas, de explicaciones muy interesantes, incluso de cuestionamientos personales.

—¿Es usted casado, doctor? —preguntó una estudiante.

Adam sonrió malicioso.

—Si eres mayor de edad, no —contestó, incomodando a Sandra. No tenía por qué coquetear con otras.

—Soy mayor de edad —confirmó la chica de cabello muy dorado, lo cual le hizo recordar a Sandra un detalle de cuando lo conoció.

La estudiante empezó a cuestionarlo de manera cada vez más personal y Sandra, invadida por los celos, se atrevió a intervenir, dirigiéndose a la estudiante.

—Ya deje de hacer preguntas estúpidas al doctor, señorita —su comentario provocó la sorpresa en general, la risa y uno que otro aplauso—. Para empezar tiene un gran defecto, niña —repuso la enfermera en la penumbra.

—¿Sandra? —dijo Adam, asombrado, cuando la luz llegó hasta la chica que se había puesto de pie. El hombre vio la redonda barriga gemelar y con ello lo confirmó. Tenía diez días sin verla, creyó que estaría reposando antes de la cesárea que tenía programada.

—Al doctor no le gustan rubias, de ningún tipo de rubio —la oyó decir.

Él  creyó que se trataba de una alucinación. Una de las tantas que tuvo después de haber sido rechazado más de una vez hasta entender que no tenía esperanzas.

—Él no me ha dicho que no —replicó la jovencita también levantándose.

—Adam —Sandra se dirigió a él—, ¿quieres decirle a la señorita qué clase de mujer te gusta?

—¿Qué? —murmuró el arqueólogo sin saber qué estaba ocurriendo. ¿Por qué estaba allí?

—Disculpen, señoritas, pero estamos en medio de una conferencia —intervino el orador.

—Usted disculpe, señor —dijo Sandra—, pero lo mío es importante —volvió su atención a Adam cuando fue bajando la escalera, ayudada por el doctor Ocaña.

—Sandra, no creo que sea el momento adecuado para hablar —respondió el arqueólogo.

—Claro que sí, necesito la mayor cantidad de testigos posibles —aseguró ella viendo cada paso que daba.

—¿Para qué? —inquirió y se apartó del micrófono hasta llegar al borde de la tarima—. Hace unos días para mí fue, por fin, muy claro que no querías verme, ni hablarme, mucho menos compartir noticias de los bebés.

—Vine para disculparme por todo —dijo sin perder el tiempo—. Nunca es tarde para hacerlo y además para decirte que lamento mucho haberte alejado de mi lado —reconoció.

—De acuerdo, entonces acepto tus disculpas y...

—Te amo, Adam —lo interrumpió causando una exclamación generalizada y algunos murmullos enternecidos.

ENEMIGO SECRETODonde viven las historias. Descúbrelo ahora