(Se recomienda leer después de Hasta que las estrellas dejen de brillar pero no es necesario para entender la historia).
Cualquiera que ve a Allan White piensa que su vida es perfecta y que no hay dolor en su corazón, pero la verdad es que solo fin...
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La casa de mis padres me resulta tan ajena que no soy capaz de sentirme cómodo ni siquiera en mi antigua habitación. Todo está como el día en que me fui, y aunque he regresado un par de veces, siempre me quedo con la sensación de que no es mi habitación, no es mi hogar.
Hogar es donde te sientes cómodo, a gusto, feliz. Donde sabes que es tu lugar.
Y mi lugar está en un apartamento muy lejos de aquí. Está en una sonrisa amiga y unos ojos verdes que me hipnotizan.
Suspiro y juego con mi celular mientras bajo las escaleras.
No he sabido de Mica desde que se fue. Tomé un vuelo a Nueva York al día siguiente, siendo incapaz de soportar el silencio que había en ese lugar.
Mis padres están felices de verme pero no estoy seguro de poder decir lo mismo. Mi relación con ellos es complicada. No es que sean malos, solo que a veces hacen cosas que no me gustan o hacen comentarios desagradables. Creo que ni siquiera se dan cuenta.
—¡Hijo! —exclama mi madre—. Estás despierto.
—Sí. ¿Necesitas algo?
—No. Solo quiero pasar un poco de tiempo contigo. Hace mucho que no vienes y siento que no nos disfrutamos lo suficiente.
Me muerdo el labio inferior.
—Está bien. ¿Quieres ver una película o…?
—No, no, no. Nada de eso. Vamos a cortar ese cabello.
Me quedo en blanco.
—¿A… qué?
—Cortar ese cabello que tienes. Está demasiado largo. Ya te tapa los ojos.
—No hay nada malo con mi cabello.
—Oh, vamos, será divertido.
Suspiro, resignado.
—Está bien. Solo un poco.
Ella sonríe, emocionada.
—Por supuesto. ¡Vamos!
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