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Estar en casa se volvió un poco más soportable con el paso de los días. Mi relación con Haerin aún era extraña, pero al menos no planeaba formas creativas para deshacerme de ella con la misma frecuencia de antes. No es que en ese momento la hubiese aceptado por completo, de hecho aún existía cierto recelo, y también cierta competitividad por la atención, pero al cruzarme con ella en la misma habitación la ira burbujeante parecía calmarse un poco. A veces, claro.  

Mi abuela era por mucho la persona más contenta por aquellos avances fenomenales. Irradiaba una alegría descomunal desde el amanecer hasta el anochecer, podía escucharla tararear alegremente todo el día, incluso si en ocasiones se me botaba un tornillo y terminaba en una pelea acalorada con cualquier alma a cuatro metros a la redonda de mi. 

Mi mamá trabajó durante todas las vacaciones sin descanso, doble turno entre semana y trabajo a medio tiempo durante los fines de semana. Está claro que mi mal humor venía de alguna parte. La mayoría de mis peleas, que solían ser con Haerin, pasaron a ser problema de mi madre. No importaba con que pie o de que lado de la cama me levantase, una vez fuera de mi habitación tenía nuevas y mejores razones para confrontar a mi mamá. Ella tampoco me lo ponían fácil. 

Su ya de por sí horrible humor parecía haber empeorado por el cansancio. Primero me apartaba de su camino por mi cuenta, sabía que estaba cansada y que tenía más problemas de los que podía imaginar. Pero conforme pasaron los días comencé a preguntarme si tendría que hacerme a un lado para siempre. 

Al final de todo, esas pequeñas molestias me pasaron factura. No importaba que tanto me esforzara por aceptar todo lo que se puso de cabeza en mi vida, no era suficiente para resolver cualquier cosa con mi madre. E incluso yo estaba harta de mi mal genio, cansada de sentir odio, rechazo y tristeza. 

—¿Puedo hablar contigo o necesito agendar una cita? 

No era nuevo despertar con mis gritos y los de mi madre por la casa. De reojo vi a mi abuela tallarse los ojos con frustración. Esa vez mi abuela decidió no interferir en la discusión. 

—Ya basta, Hyein. No estoy de humor para estas cosas. 

—¿Y cuándo estás de humor para algo? 

Vi su mano temblar, lista para abofetearme en cualquier momento. Pero no iba a desistir, si ella iba a golpearme al menos me aseguraría de darle un buen disgusto para merecerlo. 

—No entiendes nada. Me rompo la espalda día y noche para que tengas algo de comer, ¡y no eres capaz de darme un simple respiro!

—¡Solo te pido una cosa!

—¡Y te dije que no!

—¡Tú no lo amas!

No solo estampó su mano en mi rostro, también me sacudió con fuerza tomando el cuello de mi pijama antes de empujarme y dejarme caer en el suelo. Mi abuela subió corriendo las escaleras y no cayó por las mismas solo porque Haerin venía detrás de ella. Ni mi mamá, ni yo teníamos una sola gota de arrepentimiento. 

—¿Por qué se hacen esto? —preguntó mi abuela, afligida. Ninguna le respondió.

Mi mamá le pasó por un lado, preguntado si el desayuno estaba listo. Mi abuela fue tras ella, casi gritando su nombre. Aún a esa edad tu mamá puede reprenderte, no se por qué creí que a los catorce años sería intocable para mi madre. 

Haerin se paró frente a mi y me extendió su mano. Yo me levanté ignorando su ayuda. Por vergüenza, de que viera lo fácil que era tirarme al suelo, y por el enojo aún contenido. Entonces me encerré en mi habitación lo que resto del día. Y para los días posteriores cree una rutina minuciosa a base de los momentos en donde sería imposible encontrarme a mí madre por los pasillos. 

El tema central de nuestras peleas siempre era el mismo. Siempre había excusas para no visitar la tumba de mi padre. No podía siquiera mencionarlo porque se ponía histérica. Mencionar que me parecía que no lo amaba no fue un error, quizá necesitaba que alguien le dijese lo que estaba pensando. Porque probablemente así era, mi papá no tenía derecho a engañarla de la manera en que lo hizo. Pero ella no tenía derecho a negarme visitarlo. Había demasiadas cosas de las que no teníamos derecho y aún así hacíamos, por lo cual a veces era necesario pinchar las bombas a punto de explotar para que nos detuvieramos un poco. 

La casa se volvió silenciosa, cada quien prefirió quedarse en sus pensamientos. Y aunque me parecía que el camino que escogí fue de cobardes al hacerme a un lado, pareció ser la mejor decisión cuando dejaron de haber discusiones a todas horas. Aunque el ambiente aún era tenso. 

Uno de esos días, apenas mi mamá se fue al trabajo, camine hasta la habitación de Haerin. En esa ocasión sí espere a que me permitiera pasar. Tenía un plan en mente y esperaba no arrepentirme de ello. 

—Adelante.

Estaba sentada en su cama, doblando ropa. Me miró atentamente, con ese parpadeo lento y mirada fija de siete segundos a la cual comenzaba a acostumbrarme. Respire hondo. 

—Creo que ya sabes cuál a sido el tema de discusión en esta casa durante los últimos días.

No dijo ni sí, ni no, continuo viéndome atentamente. 

—Iré a visitar a papá. No ahora, después, cuando entremos a la escuela. 

Con eso me di media vuelta y salí de la habitación, incapaz de pedirle lo que tenia planeado, ignorando a lo que había ido en un principio. ¿Qué le diría?: ¿Que tal si vamos juntas ya que mi mamá no planea llevarme?
Eso sonaría desesperado, o peor, necesitado. Antes de salir por donde entre Haerin decidió abrir su boca. 

—¿Puedo acompañarte...?

Fue un punto para mi. No sería yo la damisela en apuros. 

—Lo pensaré. Mientras tanto, no le digas a nadie sobre esto. 

—Si vas a pensarlo, ¿por qué entraste solo para decirme eso? 

Me había atrapado. Antes de pensar en una respuesta corrí a mi habitación y cerré la puerta, deseando que sufriera amnesia y olvidara todo el asunto. 

Por desgracia no fue así, y ahora tenía una cita dentro de poco junto a mi media hermana y mi padre muerto. A veces la vida es grandiosa a los catorce años. 

Sempiterno 《Lee Hyein + Kang Haerin》 NewjeansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora