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Luna entrelazaba los dedos y tocaba sus numerosas pulseras multicolor nerviosa, sin saber que posición adoptar.

Se encontraba en una sala rectangular con típicas paredes blancas decoradas con cuadros neutros, una ventana alargada en el fondo y una lámpara de techo simple en el centro de la sala. Ella estaba sentada en una de las dos sillas de terciopelo gris que habían frente a un antiguo escritorio bastante ordenado con un pequeño flexo. En la otra silla no había nadie, sin embargo, al otro lado de la mesa estaba sentada, con gesto severo, una mujer de poco más de cuarenta años.

No esperaban a nadie más, solo estaban en silencio. La mujer agarraba y leía unos papeles, que probablemente serían su informe. Para poder leer, tuvo que encender el pequeño flexo, ya que era algo tarde.

Después de una larga espera y un montón de nervios, por fin aquella mujer de pequeñas gafas y pelo corto soltó los papeles.

—Luna, ya van más de quince hogares, ocho internados y dos diferentes centros de adopción —Dijo la mujer encargada de llevar ese centro de adopción situado en Nueva York.

Luna abrió la boca para defenderse tras un breve silencio, lo único que se escuchaba eran los continuos tic tac del reloj colgado en la pared.

Era algo difícil conseguir una familia a esa edad, ya que consideraban que no los podían educar.

—Como sigas así, te vas a quedar sin oportunidades —Se le adelantó Helen, como se llamaba la encargada.

Luna se limitó a mirar a sus pies, sin saber que decir. La mujer suspiró.

—Deberías de tomarte esto en serio —Dijo Helen—. Y centrarte en tu futuro.

Por la mente de Luna pasó como un rayo una intensa luz amarilla.

Ahora no... —Se dijo y la luz desapareció de su mente, para su sorpresa.

Apretó con fuerza una de las pulseras que llevaba, una que tenía un sol de decoración.

—Estas eran las últimas familias que estaban dispuestas a darte una oportunidad —Añadió la encargada.

Luna seguía luchando contra ese destello, hasta que desapareció.

—No me aceptan como soy —Dijo Luna—. No voy a vivir con personas que quieren cambiarme.

La encargada volvió a coger los papeles y los pasó con gesto lento.

—Los padres siempre nos vienen con lo de que les has dicho que puedes ver recuerdos —Dijo Helen.

—Sí —Dijo Luna secamente.

—Luna, no puedes resignarte a tener otros padres, que no sepamos que les ha pasado a los tuyos no es excusa —Dijo Helen.

La chica le devolvió la mirada dolida, dispuesta a contestar.

Helen, resignada a comenzar de nuevo esa discusión, dejó los papeles y la miró.

—Ve a tu cuarto y... Veré que puedo hacer —Dijo finalmente la encargada.

Luna se levantó de la cómoda silla y se despidió, algo molesta. Abrió la puerta y cerró intentando no hacer ruido para no meter más tensión en el ambiente. Recorrió el eterno pasillo que llevaba a las escaleras del piso superior, donde estaban las habitaciones compartidas. Pasó algunos pasillos más y llegó ante la habitación número 42. Entró y fue hasta su cama sin saludar a su compañera de cuarto.

—Siempre tan amable —La recibió Sasha.

A pesar por el tono que usó, no estaba molesta, ya estaba acostumbrada. Sabía que el pasado de su amiga era duro.

Recuerdos [Pausada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora