Unica parte

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Es cierto, todos estamos un poco locos
Pero está tan claro
Ahora que estoy desencadenado

Hace ya más de mil años que esa alma estaba condenada a esa existencia vacía; al ver que el tiempo no se detenía excepto para el.

En el pueblo donde se ubicaba aquella mansión que había sido habitada por su familia cuando aún era humano, lo veneraban y él los protegía de todo los males que ocurrían en este mundo cruel.

Al principio le temían, lo creían el mal personificado; y el mismo se consideraba así.

Puesto que cada cierto tiempo él pueblo tenía que hacer el sacrificio de algún ser inocente para calmar los demonios que consigo trajo su inmortalidad.

Pobre dulce cosa inocente
Seca tus ojos y testifica
Tu sabes que vives para romperme
No niegues, dulce sacrificio

Por esa mansión había sido llevadas infinidad de jóvenes doncellas de apenas 18 años, todas tan bellas y puras, eso lograba calmar la oscuridad que en el habitaba.

Al principio no podía olvidar los gritos y la mirada aterrorizadas de aquellas bellas jóvenes y como suplicaban piedad para que no les hiciera daño.

Pero el no podía y mucho menos quería.

El demonio en el que se convertía al verlas llegar con aquellas túnicas blancas tan finas que daban sensación de casi ser transparencias, combinadas con su belleza y con ese olor a temor lo hacían que su lado que aún conservaba un poco de humanidad desapareciera.

Un día voy a olvidar tu nombre
Y un dulce día
Te ahogaras en mi dolor perdido

A un recordaba a su última víctima, Yoo Ji-Min, ya habían pasado 50 años de aquella noche, donde la pudo oler al llegar, tanto que sus sentidos le dominaron y saltó encima, importándole poco, o más bien dicho nada que los viejos consejeros del pueblo no se habían retirado.

Comenzó a morder el cuello de la joven succionándole aquel líquido proveedor de la vida.

En aquel salón solo se escuchaban los gritos de terror de la bella doncella.

Tanto succionó ese exquisito elixir que se sentía embriagado, extasiado perdido en una bruma de placer.

Vio como el alma le abandonaba a ese tibio cuerpo, el cual gozó después de beber hasta la última gota de vida.

Cada que terminaba su festín, sus servidumbre se encargaba de preparar el cuerpo de sus víctima su para que los del consejo vinieran por él y poderle dar el descanso eterno; claro cuando había cuerpo que recoger, había veces que se dejaba dominar por completo que los cuerpos quedaban irreconocibles y sus sirvientes entregaban sólo una pequeña corona de flores con lo que debería ser preparada la víctima y la túnica púrpura con las que la vestían.

Había llegado el día del sacrificio, estaba tan impaciente por poder oler el terror en toda su casa, poder tocar el terso lienzo que teñiría con el pecado, por poder ver cómo se escapaba el alma que él se encargaría de corromper.

Llego la hora pactada, siempre era la misma hora, siempre era a la última campanada que marcaban las 12.

Ahí se encontraba el; sentado en aquel salón sobre su trono adornado de diamantes y rubíes.

Vestía de pantalón negro, camisa blanca con bolados a los lados de los botones y con su saco negro tipo gabardina. Con su increíble piel blanquecina, y su mirada tan profunda, su cabello oscuro casi rizado perfectamente acomodado lo hacían ver majestuoso; como solo una ser como él pudiera ser, era tan hermoso que si no sabrías que es el mal personificado creerías que era un ser celestial.

Sweet Sacrifice Donde viven las historias. Descúbrelo ahora