28; the air is ours

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El aire es nuestro

Pablo Bustamante

Cuando la vi pasando el control de seguridad, no me lo podía creer. ¿Qué exactamente? No lo sé. Me sentía afortunado y tonto. Esos ojos tristes, los más tristes del local, estaban brillando y... sentía que yo tenía algo que ver. Para alguien que nunca había hecho nada importante era muy reconfortante.

Llevaba un pantalón negro algo caído de cintura, una camiseta negra bordada en colores, unas gafas de sol enormes que, con toda seguridad, había olvidado que llevaba puestas, una chaqueta vaquera y un bolso de marca cuyo logo no reconocí, pero que valdría más que un alquiler que yo nunca podría pagar. Pero ese era justo su encanto. Daba igual cuánto dinero valiera lo que llevaba puesto, para ella no era importante. A ella le importaba mirarte a los ojos y preguntarte qué canciones escucharías en una isla desierta. Nunca he conocido a nadie que quisiese pasar más desapercibida entre la masa de gente que ella, aunque no fuera consciente.

Cuando recibí su mensaje diciéndome que se había arrepentido no pude más que sonreír. La noche anterior, antes de acostarse, me escribió diciendo que aquello podía pasar.

 
    "Mi hermana tiene la mosca detrás de la oreja. Mándame un mensaje cuando lo tengas todo solucionado y si te contesto que es mejor dejarlo estar, no hagas caso. Nunca te lo diría por mensaje. Será solo para que Luján me deje en paz, ¿bueno?"

Marizza decía que no era lo suficientemente guapa ni lo suficientemente inteligente, pero a mí me parecía que ni siquiera ella sabía de lo que era capaz. Se había convencido de que todo lo que decían los demás era verdad y que su criterio debía quedar dormido, aunque algo empezaba a despertar.

Pilar y Tomás alucinaron cuando les dije que me iba a Grecia con ella. Tomás se asustó un poco y me advirtió, con bastante torpeza, que aceptar cosas a cambio de sexo es prostitución. La carcajada que se me escapó le hizo parpadear asustado. Pilar, sin embargo, se mostró ilusionada.

—¿Está mal que acepte esto? —le pregunté algo preocupado.

—Ella se lo puede permitir, Pablo.

—¿Y cómo sabemos que puede? Quiero decir...

—Llevaba un bolso de Louis Vuitton, unas sandalias de Chanel y un anillo de compromiso de seis cifras. Pablo, sea quien sea esa chica, puede permitírselo.

—Pero a lo mejor yo no debería aceptarlo, ¿no?

—No todo se puede comprar con dinero. —Sonrió triste—. ¿Y si necesita a alguien que la ayude a sentirse como tú la haces sentir? ¿Y si sola este viaje no tiene sentido? ¿Y si la convencieron de que vale por lo que tiene y no por quién es? Vayan a Grecia y disfruten.

A riesgo de ser un toy boy. A riesgo de convertirme en el juguetito temporal de una piba forrada en guita. A riesgo de equivocarme con Marizza y que en realidad estuviera como una puta regadera..., sí, iría. Y lo disfrutaría. Eso sí... por el momento preferí no contarlo en el grupo de WhatsApp de los del pueblo porque no sabía cómo explicárselo sin parecer demasiado excéntrico.

Durante el vuelo, mientras ella bebía champán, ojeaba un guía que había descargado en su iPad y me hablaba de cómo íbamos a organizarnos en los hoteles «para no levantar sospechas», me descubrí pensando que no estaba nada mal. Diré, aunque negaré delante de cualquier persona haber dicho algo semejante, que era bonita como solo pueden serlo aquellos que lo son de manera reversible: por dentro y por fuera. Sus ojos, enormes y marrones, algo tristes, eran reflejo de la niña que aún tenía dentro, acurrucada, esperando un abrazo. Sus labios, pequeñitos y mullidos, se veían aún más bonitos cuando sonreía. Su cuerpo, que a pesar de su apariencia algo desvalida, revelaba la anatomía de una mujer cuyas armas aún no conocía, empezaba a llamarme un poquito la atención. Tenía una cintura supermarcada, lanzadera de unas caderas redondeadas hacia abajo y dos pechos no muy grandes pero orgullosos que miraban hacia arriba.

Un Plan Perfecto || {Pablizza} ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora