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¿Lo harías?Marizza P. Spirito
El atardecer en Fira era bonito. Una chica tocaba, sentada junto a la fachada de lo que parecía una iglesia, un hang. La gente no dejaba de hablar y los niños gritaban. No sé Pablo, pero yo, sentada en aquel murito, con las piernas colgando y el mar frente a nosotros, terminé por no escuchar nada más que la melodía que salía de ese extraño instrumento.
El cielo fue cambiando de color. Miré a Pablo, cuyos ojos también cambiaban a medida que el sol se zambullía allá a lo lejos, volviéndose más cálidos si cabía, reflejando una luz naranja.
—Cuántos colores —dijo al descubrir que lo miraba.
—Como tu cara en el barco.
—Calla, canalla.
Me rodeó con el brazo y cogí aire. Cerré los ojos. Me sentí en paz. Había algo en Pablo..., algo, ALGO, que producía ese efecto. Sobre todo cuando no llevaba aquel bañador negro tan sexi.
Cenamos, con noche cerrada ya sobre nuestras cabezas, en uno de esos restaurantes para turistas que colgaban en la escalonada bajada de aquel acantilado que era Fira. Nos atendieron bien, pero nos dio la sensación de que todo sabía igual. Una ensalada griega, que no variaba de un sitio al otro, un poco de pollo, una pizza a medias... El vino me supo a rayos y fue Pablo quien se lo terminó. Para él siempre estaba correcto.
Después compramos un helado en uno de esos locales que seguían abiertos hasta bien entrada la medianoche y paseamos. Se escuchaban las campanillas de los pobres burritos que recorrían sin parar la ciudad cargados con turistas poco concienciados con el respeto por los animales. Los escalones de la ciudad resbalaban y nosotros caminábamos con los brazos entrelazados, como dos viejas. Estuve pensando en lo que pareceríamos a ojos de otras personas y sentí cierta envidia de esa imagen que en realidad no existía, de esa pareja divertida y calmada que podrían imaginar en nosotros. Tuve envidia de una Marizza que sentía, por fin, haber llegado a puerto con alguien que nunca exigiría de ella un imposible más allá de la inconsciencia de ser feliz.
—¿Supiste algo más de Sol? —le pregunté ya de vuelta en el hotel.
Había pasado por mi habitación para ponerme el pijama (un camisón de tirantes hasta el tobillo, de algodón, sin nada en especial) y lo encontré sentado en el borde de la piscina, mirando hacia el cielo.
—No —contestó sin mirarme.
—¿Le respondiste, verdad?
—Sí. —Asintió—. He dejado el móvil encima de la mesa. Léelo y dime qué opinas.
Me acerqué descalza a la mesa y cogí el teléfono, que no tenía código de seguridad para desbloquearlo. Sol tenía que ser imbécil; era uno de esos chicos honestos...
Entré en WhatsApp pero, antes de leer la respuesta que había mandado a Sol, me llamó la atención lo que podía leerse, sin tener que entrar a cotillear, en la última conversación que había mantenido. Era con Tomás:
... de esas que no saben lo que valen. Algún pelotudo le habrá hecho creer que no es suficiente. Una lástima. Es preciosa..Lo miré, fugaz. ¿Se referiría a mí?
—¿Lo encuentras? —Me miró y levantó las cejas.
—Sí. Perdona. —Abrí y lo leí presurosa—. Estaba asimilándolo. —Lo leí en voz alta—: «Podemos ser amigos, claro, pero aún recuerdo que decías que lo que menos te interesaba era mantener una amistad con alguien que no cumplió las expectativas. Piénsatelo bien porque, quizá, no sea buena idea».
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Un Plan Perfecto || {Pablizza} ©
Fiksi Penggemar¿Qué sucede cuando descubres que el final de tu cuento no es como soñabas? -Érase una vez una mujer que lo tenía todo y un chico que no tenía nada. -Érase una vez una historia de amor entre el éxito y la duda. -Érase una vez un cuento perfecto. Cont...