38; with you, yes

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Con vos, sí

Marizza P. Spirito

Pablo me despertó con caricias y susurros. Abrí los ojos y lo vi vestido, sonriente.

—Todavía no son las siete, pero te tenés que levantar.

—¿Qué decís? —me quejé, entrecerrando los ojos de nuevo.

—Eh, eh..., Marizza. Confía en mí..., por favor.

Me senté en la cama. Seguía en bragas y la sábana en mi regazo dejó ver mis tetas, pero me las tapé avergonzada.

—Mi amor... —Se rio—. No es necesario. Me falta media hora para sabérmelas de memoria.

—Eso es superpoco caballeroso por tu parte.

—Qué bien, porque no creo en esas cosas.

—¿Y en qué crees?

—En una relación entre iguales. Levántate, por favor.

Cuando me guiñó un ojo, pensé en Filippo..., que me abría la puerta en todos los restaurantes, que me cerraba la puerta del coche, que mandaba flores con notas preciosas, que pagaba la cuenta y se autoproclamó en un momento dado el alfa de la relación. ¿Lo necesitaba yo? ¿Necesitaba caballerosidad? ¿Sabía en realidad qué implicaba ese término? Se supone que los príncipes de cuento siempre son unos caballeros y las princesas... unas señoritas.

—¿Cuál es tu película Disney preferida? —le pregunté, esperando que me dijera que no había visto ninguna.

—Brave. —Se acercó y se inclinó hacia mí con una ceja arqueada—. ¿Te levantas, querida?

Bufé, aparté las sábanas y, con las tetas agarradas en mis manos, fui hasta mi cuarto de baño, donde alguien había dejado un bikini y un vestido playero.

—¡Esto no combina! —le grité desde allí.

—¿Crees que me importa?

Me eché a reír.

Después de una ducha rápida, salí vestida pero con cara de sueño, y me topé con él con la mochila colgando del hombro y a los pies mi bolso de playa lleno.

—¿Dónde vamos?

—Vas a tener que esperar a averiguarlo. Pero vos no te preocupes. Ya guardé todo lo que necesitas. Y perdón, pero tuve que rebuscar entre tus cosas. Pero es que así... es sorpresa.

Ternura. Ganas de besarlo. Ganas de gritar. Sensación de ser capaz de volar. Una catapulta lanzando una bola de remordimientos en mi estómago.

—¡Que lo pasen bien! —nos despidió la chica de recepción al vernos salir.

—Gracias —musité sorprendida.

—¿Qué dijo? —me preguntó Pablo sacando las llaves de la moto.

—¿Sabe a dónde vamos?

—Ah, sí.

—¿Cuándo...?

—Salí de la cama sobre las cinco y media y cuando vine en busca de ayuda, ella ya estaba ahí. No creas, conseguimos entendernos. Hay que dejarle una buena reseña, que la vea su jefe.

Se montó, colocó mi bolsa entre sus piernas y me dio su mochila para que la cargara en la espalda. Después palmeó la parte de atrás de la moto.

—Dale, Marizza, que las aventuras no se viven solas.

 

Reconocí bastante tarde en qué dirección nos encaminábamos, ya en las últimas curvas que bajaban hacia el puerto. Allí, al llegar, Pablo candó la moto y me animó a ir al interior del viejo edificio, donde nos dirigimos directamente a una cola.

Un Plan Perfecto || {Pablizza} ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora