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—¡Es injusto! ¡Con lo pequeña que eres pasas más rápido por los obstáculos! —se quejó Kaiden cuando le gané por segunda subiendo por las estructura hasta lo alto del tobogán.

Me burlé de él mientras lo veía pelear para salir del interior de un tubo.

—¿Ahora quién se ríe, poste de luz?

—Yo —afirmó justo antes de empujarme tobogán abajo.

Chillé emocionada mientras bajaba, con el viento despeinándome. Adoraba esa sensación. Habría deseado quedarme en ese momento para siempre; esperando a caer en la piscina de bolas, con la risa de Kaiden sonando de fondo, como una canción de esas que te pones los días tristes para levantarte del sofá y empezar a bailar para subirte el ánimo. Con pelo enredado y despeinado, sin preocuparme porque el maquillaje se moviera o el aspecto que tenía, corriendo de un lado a otro con unos calcetines rosa chillón, enfundada en unas mallas de deporte y una camiseta que me iba grande.

Mi madre habría odiado verme así, me lo habría reprochado el resto de mi vida.

Yo me sentía libre.

En cuanto me sumergí en las bolas de plástico agarré unas cuantas y empecé a lanzárselas a Kaiden mientras se deslizaba hacia mí. En cuanto tocó el suelo se armó de bolas y empezó a tirármelas también.

—Sospecho que gimnasia no era lo tuyo en el instituto —dijo sin dejar de atacar mientras yo me intentaba alejar de él.

Puede que solo hubiera conseguido darle dos veces. Mi puntería no era la mejor, ¿vale?

—¿Perdona? Era la mejor.

—La mejor para fallar, sí.

Maldito, idiota. Me aparté el pelo de la cara, que no hacía más que entorpecerme la visión.

—Eres un... AAAAAAAAAAH-

En unos segundos todo estaba al revés. El suelo estaba acolchado, pero no lo suficiente como para absorber el golpe. Había pisado una bola, otras tantas se me clavaban en la espalda y unas más habían muerto aplastadas por mi peso. Hasta me había rebotado la cabeza contra el suelo.

—¡Sam!

Kaiden tuvo que —literalmente— desenterrarme de entre las bolas de colores y ayudarme a sentarme mientras me sobaba el cogote.

—Eres demasiado torpe para tu propia seguridad. ¿Estás bien?

—Sí, el pelo no me dejaba ver donde pisaba —expliqué.

—Deberías hacerte una coleta. Eres un peligro andante.

Miré mis muñecas; había olvidado coger gomas de pelo. Kaiden, sin decir nada, se colocó detrás de mí y empezó a recogerme el pelo.

Espera, ¿qué?

¿Kaiden estaba...? ¿Eh?

—Yo sí tengo una goma —respondió a la pregunta que aún no había hecho mientras terminaba de hacerme la cola alta. El dio los últimos retoques—. No está tan mal, ha pasado tiempo desde la última que hice.

Si en ese momento alguien hubiera buscado la palabra estupefacción en el diccionario habría salido una foto mía.

—¿Sabes hacer coletas? —pregunté, necesitaba escucharlo para creerlo.

—Más o menos. Aprendí a hacérselas a mi hermana cuando éramos pequeños.

Mi cuerpo se llenó de ternura al imaginar a un pequeño Kaiden haciéndole coletitas a Lily.

A Bad Badboy || EN CORRECCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora