La fogata ─ Cap. 2

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           ─ 𝘕𝘢𝘳𝘳𝘢𝘥𝘰𝘳 𝘱𝘳𝘪𝘮𝘦𝘳𝘢 𝘱𝘦𝘳𝘴𝘰𝘯𝘢 ─

Era una noche oscura, y tras un día largo, había cambiado mi ropa, ya que la anterior estaba algo sucia. No sabía qué esperar en las próximas horas, y esa incertidumbre me carcomía. Sentía un nudo en el estómago, nerviosa por lo que pudiera suceder. Mientras mi mente jugaba con múltiples escenarios, tanto buenos como malos, no me di cuenta de que un niño se había acercado. Estaba a solo unos pasos de mí.

Era un pequeño de unos diez o tal vez trece años, de aspecto dulce e inocente. Su cabello estaba lleno de rulos que caían desordenados sobre su frente. Su piel era clara, casi de un blanco pálido, y sus grandes ojos marrones brillaban con una curiosidad y ternura que lo hacían aún más adorable. Vestía una camisa que había sido blanca en algún momento, pero ahora lucía de un tono crema, con un chaleco de color café claro que estaba algo desgastado, como si hubiese pasado ya por muchas aventuras.

— “¡Hola! Un gusto conocerte. Soy Chuck. ¿Tú debes ser la nueva, verdad?” — preguntó con una sonrisa tan amplia que casi se le cerraban los ojos.

— “Supongo que sí” — respondí, aún algo perdida en mis pensamientos—. “Perdona por no haberte visto antes, estaba distraída.” ─

Chuck soltó una risa ligera, tan tierna que me hizo sentir un poco menos nerviosa.

— “No te preocupes, apenas acabo de llegar. Así que no he visto mucho” — admitió, aún sonriendo de oreja a oreja.

Estaba a punto de responder, pero Chuck me interrumpió de nuevo, moviéndose con la energía que solo un niño de su edad podía tener.

— “¡Vamos!” — dijo de repente, extendiendo su pequeña mano hacia mí— “Te llevaré a la sorpresa” ─

Lo miré por un momento, dudando sobre lo que me esperaría, pero finalmente tomé su mano. La calidez de su piel contrastaba con el aire fresco de la noche. Me ayudó a ponerme de pie y comenzamos a caminar en dirección a una fogata que se veía a lo lejos. Mientras avanzábamos, podía escuchar los gritos y risas de las personas que se agrupaban alrededor del fuego. Algunos bailaban, otros observaban una pelea entre dos chicos. Sin embargo, mis ojos no se detuvieron en la pelea ni en la fogata, sino en 𝗲́𝗹.

Estaba allí, rodeado por los mismos chicos que había visto antes. Mi corazón se detuvo por un momento al verlo sonreír, una sonrisa tan perfecta que parecía sacada de un sueño. Sentí mis pies clavarse en el suelo, como si no pudieran moverse más. Solo podía mirarlo, hipnotizada por la serenidad y la calidez que emanaba de él.

— “¿Novata? ¿Estás ahí?” — una voz familiar me sacó de mi ensoñación. Giré la cabeza y me encontré con Alby, que me miraba con una ceja levantada, como si supiera lo que pasaba por mi mente.

Asentí ligeramente, sintiéndome un poco avergonzada por haberme quedado tan embobada.

— “Gracias por traerla, Chuck” —agradeció Alby, dirigiéndole una sonrisa cálida al pequeño.

— “No hay de qué, Alby. Además, fue un gusto conocerla” — respondió Chuck, sonriéndome una vez más antes de girarse para unirse a la multitud que rodeaba la fogata.

— “También fue un gusto conocerte, Chuck” — hablé rápidamente antes de que se marchara.

Antes de desaparecer entre la multitud, Chuck me lanzó una última mirada, esta vez con un toque de picardía en sus ojos.

— “Y recuerda tu nombre, novata” — comentó, y con eso, se fue corriendo hacia la pelea.

Sus palabras me dejaron pensativa. ¿Mi nombre? Lo recordaba. Pero cuando se suponía que tenía que decirlo, nunca perdí la memoria como ellos.

Solo tú y yo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora