Óyeme

69 10 2
                                    

Lo entendí de inmediato, no es mi caso. Sucede que, nuestras diferencias son tan notorias, que me enferma. No puedo extrapolar la más mínima intención de querer hacer algo al respecto, porque su cara me molesta.
Viéndolo a la distancia, sé que solo esta aquí para cubrir un hueco, pero yo deje de buscar ese trozo faltante hace años. Él no tiene nada que hacer aqui, yo soy un caso distinto.

Tengo un adulto estúpido, apareciendo y desapareciendo de mi vida cada día. Soy perfecto, comparado con él.

Mi nombre nunca me ha gustado, parece una mala broma, como si nombrarme hubiera sido una tarea qué termino en una mofa. Y mientras él, ese chico nuevo, grita ese estúpido nombre mientras espera una respuesta de mi parte... Todo eso me molesta, y no puedo explicar mis razones.

Las cortinas se abren, y mis ojos se entrecierran mientras tratan de adaptarse a la iluminación exterior.

-"¿cuanto tiempo he estado a oscuras?" - pensar eso solo me hizo darme cuenta de que soy estúpido, no tiene sentido hacer preguntas sin respuesta.

Él camina por ahí, fingiendo que no vio que ya he salido de mi carpa. Su timidez me estresa. Quizá a partir de aquí, yo pueda cambiar mi enfoque, a favor de algo más dijerible... Pero solo temporalmente. Ceño fruncido, pasos pesados, ojeras bajo los pequeños mares que heredé de mi madre, todo eso en mi deteriorada imagen. Cada paso me lleva a otra parte de este montón de basura cirquera, hacia la carpa donde guardamos aquella utileria de circo que solo sabe acumular polvo.

Yo me adentro a la carpa y vuelvo a hundirme en el confort de la oscuridad, terminando de rodillas frente a mi cofre. Cada vez que estoy molesto, hay que hacer estallar algo, más allá de una metáfora. Mi mano entra sigilosa, por la pequeña abertura qué delimita el exterior e interior del cofre, y a ciegas mi liberación es elegida.

-Vaya decepción.

Una daga, algo tan simple. Un suspiro escapa de mis labios, aceptando este día como una piedra más en mi zapato. Yo pongo mi bolso azul en el suelo, y de este empiezo a sacar, una por una, varias dagas iguales. No hay límites cuando todo es tan absurdo, un completo sin sentido en una mente que, incluso siendo propia, traiciona.

No conté los pasos, menos las dagas en mis manos. Son números fríos, pero a nadie le importa ese detalle.

Mis pies me llevaron, instintivamente, hacia mi 'lugar seguro'. Cabello morado y rebelde, piel morena y constantemente cubierta de asqueroso barro, esa naturaleza animal y esa estupidez a la que llama bondad. Él, el chico más imbecil que he observado, ya que no puedo decir 'conocido', nuestra ignorancia del otro es mutua; siento que ese animal no merece mi mínima atención.

Yo lo llame Kedamono.

En ese idioma que no hablo, en resumen le estoy diciendo bestia. Y lo que me alegra es que él es consciente de que lo es, ya que parece acostumbrado a ser llamado asi; eso significa que no debo fingir interes por ser amable con sus frágiles sentimientos. Es un llorón.

Mi presencia debería ser suficiente para ser atendida, y él lo sabe. Apenas me pongo detrás de él, Kedamono es consciente de que no hay nada que él pueda hacer, más que obedecer mi orden. Yo tiro las dagas al suelo, y algunas impactan en su espalda, haciendo que él se encoja, como un perro regañado. No quiero hablarle, ya hago suficiente con soportarlo.

Y sus manos sucias empiezan a recoger las dagas a su alrededor, sosteniendo y acomodandolas para mi uso. Al terminar, el silencio se mantiene como parte de nuestra interacción normal, y él se pone de pie, con esa sonrisa estática en su máscara de porcelana, viendo a través de mi vida con un estúpido dibujo. Odio esa sonrisa.

La arena se levanta ligera en el aire, a la marcha de nuestros pasos, reluciendo como oro frente a la luz de un atardecer agobiante de verano. La rana salta junto a nosotros, con una manzana en su hocico, lo normal en el segundo animal más estúpido en este recorrido. Kedamono va detrás de mi, cargando todo lo que yo sé que necesitaremos, y yo llevo el mando. Mi nombre no es Popee Paraphone por nada. La batuta la llevo yo, y mi palabra es la orden, así siempre ha sido.

Nuestros pasos se detiene en sincronía al alcanza nuestro destino. Es hora de tocar el sol y ser, Kedamono lo sabe.

Al tomar una daga y observarla, para luego lanzarla al muro que yo pinte durante mis días de soledad, Kedamono ya sabe que vamos a hacer. No hacen falta palabras entre nosotros, tampoco es como que pudiéramos usarlas, ya que hablamos diferentes idiomas y Kedamono es idiota, seguramente no sabe ni hablar. Tras la demostración, Kedamono asiente y se pone contra la pared, yo tomo la manzana del hosico de la rana, y tras patiarla lejos, yo pongo la manzana en la cabeza de Kedamono.

Simple, aburrido, pero si él muere... Es parte del acto, el show continúa y tú ríes. Es raro, ¿No crees?

Yo tomo distancia y le doy inicio a uno más de nuestros muchos días juntos. Y repito, Kedamono es un imbecil, ni siquiera para quedarse quieto es útil. Mientras yo lanzó dagas, fallo e invento soluciones que empeoran todo, le doy inicio a un ciclo adictivo al dolor. Inflingirlo o recibirlo es indistinto, en sustancia es lo mismo. Una inocente y fallida práctica de un acto de circo qué nunca nadie vera, nadie ve nada, no hay nadie aquí. Somos entretenimiento para el sol, y la burla de alguien que desconocemos.

En algún momento me cansaré de intentar esto, ya lo veo venir.

Soy Popee Paraphone, quien domina a la bestia.

Fin de esta parte ゴ



"Our Textbook..." Popkeda ~ Kedamono x Popee Donde viven las historias. Descúbrelo ahora