CAPÍTULO 3

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Tiene ganas de gritarle, de insultarle y de abofetearle la cara con todas sus fuerzas.

Cuando se abre la puerta del fondo de la sala y aparece Rafa, arrastrando los pies y visiblemente demacrado tras una semana encerrado en la cárcel, Sara siente que la ira crece en su interior. 

—Mi ángel —suplica Rafa sobre el teléfono—. Pienso en ti a todas horas. 
—¿Por qué lo hiciste? —alza la voz, enfurecida—.  ¿Qué voy a decirle a nuestro bebé cuando nazca? 

Golpea el cristal con el puño. Rafa se echa hacia atrás, estupefacto al ver la metamorfosis de la chica.

—Mi ángel, soy yo, el Rafita, tu Rafita —intenta rebajar su enfado—. Mírame.
—¿Que te mire?

Sara golpea la palma de la mano contra el cristal. El funcionario se tensa, al fondo de la sala, al ver que está creciendo el lado violento de la chica.

—¿Por qué nos haces esto? 
—Quería tener dinero para ti y el bebé. —Miente, jugando con su bondad. 

Encaja su palma con la de ella, sobre el cristal. 

—¿Por eso tuviste que matarla? 
—Estaba colocado. El Yanki me vendió una mierda. 

Ella niega con la cabeza mientras el ángel y el demonio discuten en su mente.

—No sabes lo que estoy pasando aquí dentro. —El intercambio de miradas hace que ella baje la guardia—. Necesito dinero o me matarán. Tienes que ayudarme. Si me hago con el negocio del tabaco de la cárcel, yo...
—¿Cuánto dinero necesitas? 
—No mucho, mi ángel. Lo que puedas darme.
—Rafa, estoy limpiando solo cuatro casas porque me duele mucho la espalda. Me han diagnosticado ciática.
—Sara, no tengo otro modo de sobrevivir. Ayúdame con lo que sea.  

La chica mira la unión de ambas manos. Reconoce en ellas el amor, pero también la fuerza de los navajazos. 

400 días preso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora