.

6 0 0
                                    

Esa mañana, igual que todos los días, pospuse la alarma del teléfono hasta los últimos diez minutos.

La ropa estaba revuelta en la silla de la computadora. Me vestí tratando de no repetir la remera y el pantalón del día anterior, y encontrar lo que estuviera menos arrugado.

Mientras me cambiaba, mi papá, abajo, tomando mates en la cocina con mi mamá antes de ir a trabajar, le gritaba al televisor. Se quejaba del aumento de la nafta y decía que los políticos sólo pensaban en ellos mismos. Mi mamá acompañaba esa opinión, y repetía en voz alta las últimas palabras de cada frase de mi papá decía.

Yo me movía sin hacer mucho ruido (no sé porque, pero no gusta que sepan que estoy despierto. Prefiero hacer mis cosas sin llamar demasiado la atención). Por momentos, cuando se callaban, me quedaba quieto y trataba de descubrir si hablaban de mí.

Me lavé los dientes rápido, agarré la mochila y, cuando estaba a punto de bajar las escaleras, me di cuenta que era el día.

No había explicación racional. No había circunstancias que favorecieran a un plan, por que, de hecho, no había plan. Lo mío siempre fue imaginar cosas con la ingenuidad y maldad del que sabe que no hay chances de que se concreten, como volar o que una chica hermosa quiera besarme.

Pero esa mañana todo se sentía como piezas de un rompecabezas que por fin encajaban. La sensación de que la cosa estaba pasando.

Volví al cajón de las medias, estiré la mano hasta el fondo y agarré la pistola de mi abuelo. La guardé en la mochila y bajé justo cuando mi papá me decía que me apurara, que iba a llegar tarde, y mi mamá me avisaba que ella me buscaba a la salida, a las 15, cuando terminara la clase de educación física.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Sep 24, 2023 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

.el cajón de las mediasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora