El Príncipe Aemond llevaba horas en aquel lugar, esperando pacientemente a que su esposa saliera de realizar una de sus tantas obras de caridad en la ciudad.
Desde que había sido enviada por su padre a Desembarco del Rey como doncella de la Reina Alicent, Floris Baratheon había realizado todo tipo de actividades con el fin de agradar a la nobleza y al pueblo llano, pues había sido seleccionada por la misma madre de Aemond para ser su esposa,en un claro aunque vano intento de que su hijo más amado no desposara al segundo vástago de la Princesa Rhaenyra.
Sin embargo, aquellas actividades altruistas no habían logrado que el Príncipe Aemond, su esposo desde hacía casi medio año, la viera con buenos ojos. Él, mejor que nadie, conocía el verdadero carácter de la mujer y lo egoísta y déspota que podía llegar a ser, por lo que aquello no era más que un acto con el que ella que buscaba emular a Lucerys, quien desde pequeño y junto con sus hermanos, siempre se había preocupado por mejorar la calidad de vida de los ciudadanos de la capital, algo que continuaba haciendo con su propia gente en Marea Alta, donde gobernaba como Señor de las Mareas.
Aún así, incluso desde antes de su boda, cuando apenas se les había comunicado a ambos el pacto matrimonial al que habían llegado la Reina Alicent y Lord Borros, el padre de Floris, Aemond le había dejado en claro a la joven que su corazón le pertenecía por completo a su sobrino Lucerys y que si de él dependiera, anularía aquella farsa de enlace y buscaría al menor para desposarlo lo antes posible.
Desde entonces, la joven no cesaba en sus intentos por acaparar la atención de su esposo, así como constantemente tratar de tentarlo a consumar su matrimonio, algo a lo que el rubio príncipe siempre se había negado, para consternación de ella y de la reina.
Pero ahora las cosas habían cambiado.
Aemond había estado decidido a esperar el momento adecuado para anular su matrimonio con la Baratheon, pero hacía solo unos días, habían llegado a sus oídos noticias de que a Marcaderiva comenzaban a llegar pretendientes en busca de la mano de Lucerys, por lo que el tiempo se le acababa a Aemond si quería reclamar a su sobrino antes que alguien más lo hiciera.
Salió de sus pensamientos al ver salir del orfanato a su esposa, quien para su buena fortuna, decidió regresar a la fortaleza a pie, tan confiada en que no le pasaría nada que había despedido a los guardias que siempre la resguardaban en sus salidas por la ciudad. La siguió por varias calles, esperando el momento preciso, el cual llegó cuando la joven dobló en una esquina e ingresó en una calle solitaria.
Aemond no perdió tiempo y le dio el alcance, tomándola del brazo y haciendola girar bruscamente, tapándole la boca para que no gritara y alertara a alguien.
— Hola, Floris.
La mujer lo miró, al principio sorprendida y luego más aliviada al darse cuenta de que se trataba de su marido y no de algún desconocido. Pero su calma se esfumó cuando el rubio la empujó, estampándola contra una pared, logrando que su cabeza golpeara el muro y comenzara a sentirse ligeramente mareada por el golpe y la falta de aire, pues Aemond aún no había quitado su mano de su rostro y más bien la miraba de forma maliciosa.
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Zaldrīzes buzdari iksos daor
FanfictionAemond está atrapado en un matrimonio arreglado con una de las hijas de Lord Borros. Pero cuando le llegan noticias relacionadas con su sobrino Lucerys, sabe que ha llegado el momento de actuar.