𝐒𝐇 || Era 1950 en Corea del Norte cuando Sun-hee fue llevada a un campo de concentración. Allí conoce el amor enamorándose del enemigo, un soldado surcoreano.
Decidí desearte, decidí mirarte, decidí amarte aún cuando sabía cuál sería nuestro final...
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Lágrimas vacías, amontonadas y deshechas; el sonido de un corazón apunto de desgarrarse. Un corazón que goteaba y sangraba lentamente, herido y consumido por el miedo. Esa sensación de que todo saldrá mal y dolerá el doble de lo que alguna vez dolió. La ligera línea del tiempo que constantemente se detenía a avanzar debido a la pena que nos ocasionaba, después de todo, eso era lo que nos faltaba.
Tiempo.
Todo transcurría a través de esa línea invisible. Todo lo que hicimos, lo que dejamos de hacer, incluso lo que haremos; cada acción que desencadenaba una reacción puesta sobre esa delgada línea. Cambiando lo que un día seríamos, alterando el resultado sin necesidad de ser el responsable de este. Era injusto, sí, lo era. El alterar nuestro destino hasta desgastarnos, todo con la justificación de que fue lo que nosotros decidimos con nuestras acciones. Así de cruel podía llegar a ser el tiempo.
Y prestaría más de aquello que se nos agotaba si pudiera. Prestaría cada año, mes, día, hora y segundo del valioso tiempo con tal de tenerte a mi lado; lo prestaría sin dudarlo. Aunque me cueste una vida, prestaría más para devolverte todo lo que salvaste de mí. Todo lo que ayudaste a sanar y todo lo que vendaste con tu sonrisa, con aquella que parecía ser mía cada que me veías con tanto detenimiento. No, no quería arrastrarte a mí, pero te metiste en mi línea de tiempo alterando mi resultado.
Te metiste en mi línea de tiempo, y como si no te fuera suficiente, en mi corazón, enamorándome.
Y me odio por admitirlo, me odio por sentirlo, me odio por no poder tenerte como quiero, como se debe. Me odio por no ser la mejor opción, por conocerte en estas circunstancias; y me muero por querer ser parte de tu vida.
Y por aquello te escribiré hasta que estos sentimientos pasen, hasta que deje de sentir que esto se me sale de las manos, hasta dejarte de ver de la misma forma; o hasta que la tinta se agote y nuestro tiempo se acabe.
Por aquello prestaría una vida, una vida para estar contigo, cariño.
—Park Sunghoon.
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