Prólogo

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Arcania, 1512

Ese era el día, Godoy por fin podría enrolarse en un barco y ser como su admirado padre, su madre podía oponerse cuanto quisiese, él tenía 21 años y, a ojos de todas las islas, era un adulto. Se vistió con las mallas, la camisa y la casaca negra y dorada que llevaba ahorrando desde que era muy joven para comprar. Se peinó los rizos morenos y comprobó que todo estuviera en orden frente al espejo de la entrada. Sus ojos azules brillaban con ilusión infantil y su piel dorada parecía conjuntar con los bordados de su ropa. Tomó el cinturón de cuero donde introdujo la espada y el arcabuz y se lo ató cuidadosamente tras comprobar que el arma tenia el seguro puesto.

—Madre, me marcho— la mujer, morena de ojos oscuros, miraba a su hijo con pena. Ella sabia que era ley de vida y que eso iba a pasar en algún momento. Todo habitante de Arcadia se hacia a la mar entorno a esa edad y estaba deseoso de vivir aventuras.

—Supongo que no hay remedio— dijo Amaranta mientras abrazaba a su hijo—. Cuidaos mucho todos, por favor, y volved de visita al menos una vez al año.

—Te lo prometo— Godoy tomó su maleta y salió al exterior. Allí le esperaban sus dos mejores amigos del colegio: Rhys, una virtuosa de las peleas y los deportes y Wilson, el chico más inteligente que jamás había conocido.

—Buenos días, señora Lyle, cuidaremos de él— saludó Wilson, en ese momento Godoy fue consciente de que su madre había salido al porche para despedirse y sintió una repentina vergüenza que subió a sus mejillas en forma de rubor.

El camino al muelle fue agradable, no quedaba lejos de todas formas, y la pequeña tripulación embarcó rápidamente.

—¿Cómo se va a llamar? — preguntó Godoy—. El barco, quiero decir. Wilson, tu eres bueno en estas cosas.

El castaño hizo un gesto pensativo mientras miraba el mar desde la cubierta. Sus compañeros se apoyaron para acompañarle en ese momento tan trascendental para la tripulación.

—¡Lo tengo! Tras todo el tiempo que nos llevó restaurarlo...es el Renaïtre. Es renacido en francés, par de bobos— añadió el muchacho tras las expresiones de incomprensión de sus amigos.

—Pues, tripulación, bienvenidos al Renaïtre, prepárense para zarpar— exclamó Godoy.

—¡A la orden, capitán! —respondieron sus camaradas emocionados por el viaje y las aventuras que ya podían oler en la brisa marina.

Pocos minutos después, la embarcación se hacia a la mar provista de todo tipo de víveres y con tres muchachos llenos de sueños.


Vaga-lume, 2162

El tranvía iba lleno como siempre. Shiana batallaba para no quedarse dormida en el asiento que, por algún milagro, estaba vacío cuando entró al transporte. Humanos y robots llenaban el espacio, los segundos cerca de sus correspondientes dueños, el silencio no ayudaba demasiado, si no hubiera sido por los golpecitos de Müller y Connor cuando cerraba los ojos, probablemente se hubiera pasado la parada.

—Señorita Shiana, debemos bajar— indicó Connor con su voz correcta. Shiana había creado un perfecto ejecutivo joven, el yerno perfecto, como ella decía en más de una ocasión. Müller, que nadie se extrañaría de ver como segurata de una discoteca de moda, asintió y los tres descendieron del vehículo cuando el conductor estacionó frente a la parada.

—Si quiere la llevo— sugirió Müller con voz grave y profunda. La chica asintió y el robot procedió a cargarla en su espalda como una bolsa de la compra y así llegaron hasta el piso donde vivían. Shiana ya dormía, así que Müller la acostó y arropó y tanto él como Connor se dirigieron a las plataformas de carga a la derecha del cuarto y se insertaron en ellas para proceder al apagado y recarga, hasta la mañana siguiente a las siete, cuando volverían a ponerse en marcha.

Shiana perdió a sus padres de enfermedades incurables cuando era muy pequeña y desde ese día juró que crearía tecnología capaz de cuidar a los humanos para que nadie sufriera como ella. Ese sueño le había dado una gran reputación y un departamento de I+D que, al poco, le permitió crear a los modelos de Connor y Müller, que se vendían muchísimo y habían mejorado las estadísticas de salud de todo el mundo en apenas diez años.

Vivía bien, dinero, sueños cumplidos...pero la soledad era una constante, sí, tenia a los robots, pero, tan concentrada en los estudios y sus objetivos, nunca había logrado encontrar relaciones verdaderas con otras personas, la idealización de la historia de amor de sus padres, digna de las novelas románticas de los últimos siglos, le habían puesto las expectativas muy altas.

Solo le quedaba una pregunta por responder ¿Dónde estaba la pieza que le faltaba? 

Una travesía de sueños e ilusionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora