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El problema de intentar alejarme de Kaiden era que, de una forma u otra, había conseguido colarse en todos los rincones de mi vida. Cuando quedaba con Lily, pensaba en él, cuando veía los muebles de mi piso recordaba el día en que me ayudó a montarlos, miraba el techo de mi cuarto y las estrellas brillantes me hacían pensar en sus ojos, hasta Liessen y el trabajo me hacían pensar en él.

Y como si no poder dejar de pensar en él no fuera suficiente, tampoco ayudaba que no pudiera desaparecerlo de mi vista. Seguía apareciendo en la puerta de la floristería cada día a las nueve en punto, aunque ya no le hablaba de mis nuevos descubrimientos, ahora solo nos sumiamos en un silencio incómodo. Ya no sabía qué decir cuando él estaba a mi alrededor. Había intentado insinuarle en varias ocasiones que dejara de hacerlo, pero si se había dado cuenta había elegido ignorarme.

Suspiré mirándome al espejo del baño; el mundo podía seguir girando con o sin Kaiden. No había huído de mi antigua vida para volver a cometer los mismos errores. Observé mi reflejó y, por primera vez en mucho tiempo, sonreí ante lo que vi.

Había conseguido convertirme en una persona completamente distinta y me encantaba. Era como si la llama que siempre había guardado dentro de mí y había estado a punto de extinguirse hubiera cobrado vida y se hubiera extendido hacia el exterior, envolviéndome en una cálido abrazo. Las ojeras me habían desaparecido y mis mejillas habían tomado un ligero rubor. Acaricie las puntas de mi pelo corto, la decoloración lo había dañado, pero estaba lo suficientemente sano gracias al corte radical que me había dado; pasé de llevarlo por debajo del pecho a que me hiciera cosquillas en los hombros. Deslecé los dedos hasta mis clavículas, ahora menos marcadas; había engordado. Mi cumplexión esquelética había empezado a desaparecer.

Sonreí aún más cuando pensé en cuanto le habría disgustado a mi madre ver en lo que me estaba convirtiendo. Ella, que desde que yo había modelado en algunas pasarelas se había obsesionado con las calorías y aún más con la apariencia. Siempre perfecta, siempre siendo algo que nunca quise ser.

Mis antiguas amigas me habrían criticado, pero no más de lo que ya lo hacían entre ellas al primer despiste, buscando un motivo para considerarse mejor que las otras. No echaba nada de menos sus comentarios pasivo-agresivos dichos siempre con una sonrisa.

Me vestí con un jersey verde grueso y unas vaqueros rosas, me puse dos pares de calcetines, las botas, agarré el bolso y salí. Lily me había pedido que nos vieramos diciendo que era algo urgente, obviamente le había dicho que sí. Cuando llegué a la cafetería en la que solíamos vernos, ella ya estaba ahí, No necesité más que una mirada para saber que algo iba mal. Lily nunca estaba tan seria. Había pedido dos cafés y cuando me senté me ofreció una magdalena de arándanos.

—Toma, es tu favorita.

¿Qué? Yo no le había dicho eso, ni siquiera era cierto.

Esa fue la primera señal.

—Al menos eso es lo que dice la prensa.

Y pum. Todo estalló.

Me quedé mirándola, totalmente petrificada. Podía escuchar el latido de mi

propio corazón, pesado y acompasado, se me había helado la sangre. Me pareció que el tiempo se ralentizaba por unos segundos. Abrí la boca, sin saber qué decir mientras la mirada temerosa.

Poco más de un mes. Eso era todo el tiempo que había podido aguantar.

—¿Qué? —Fue todo lo que salió de mi boca, casi como un suspiro.

A Bad Badboy || EN CORRECCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora