No te lo niego, ma dolío

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27 de agosto

Columbia

Siempre había creído en el dicho de que quizás era la persona indicada, pero no el momento. Sabía que Pedro era mi persona, no tuve claro desde bien pequeña. Pero no sé si llegaría a tener ese momento. El momento pensé que era ese verano, pero me equivoqué. Aún no había llegado. ¿Llegaría? Me preguntaba, mientras terminaba de cerrar la maleta.

Volvía a irme. Con Noelia esta vez, no estaría tan sola. De las veces que abandoné las islas en los últimos años, esa era la que más me dolía. Pero era necesaria.

Con el corazón roto, me despedí de mi habitación. Una que seria de Donatella tras la reforma que planeaban mis padres. La mía sería la habitación en la última planta, al lado de la guardilla. No me molestaba ni nada, porque ni la usaría.

No te lo niego, ma dolío de DELLAFUENTE sonaba en mis Airpods mientras mi hermano y yo bajábamos las dos maletas al coche. Mi familia me esperaba en el recibidor. Me emocioné.

–Siento dejaros otra vez – dije, apenada. Mi madre me abrazó y me sentí tranquila. Sabía que estarían bien.

–Queremos verte feliz cariño – me acarició el pelo con cuidado mientras se separaba un poco de mi –. Si tienes que irte a la otra punta del mundo, lo aceptaremos. Siempre y cuando seas feliz.

Volví a abrazarme a ella y no quise irme. Pero debía hacerlo. Me despedí de mi familia y aguantándome la lágrimas, salí con mi hermano hacia el coche.

Aimar cargaba las maletas mientras yo fui a subirme al asiento del copiloto. Abrí la puerta y la mirada fue hacia la casa vecina. Como no.

Los recuerdos, él, todo venía a mi mente. Mi infancia entera estaba entre esas dos casas. La cantidad de noches que me quedaba a dormir en la casa de los vecinos, viendo la pared decorada por mí en el cuarto de Pedro como si fuera lo más interesante del mundo.

Miré a la ventana y ahí estaba. Con semblante serio. Iba con un chándal gris y sus habituales gafas. No articulé palabra, solo me subí al coche y al poco mi hermano ya llegó para llevarme a casa de Noe, donde la recogeríamos y marcharíamos hacia el aeropuerto. Haríamos escala en Madrid para luego hacer un vuelo directo Madrid – Nueva York.

Pasamos por casa de mi amiga, quien estaba en la puerta de su casa con su equipaje. A su lado, Juseph la abrazaba. Tenía una sana envidia de cómo eran ellos como pareja. Llevaban toda la vida juntos como amigos y desde hacía unos años ya eran pareja oficialmente. Y eran lo más adorable del mundo. Su relación era sana y envidiable por los que no teníamos algo así. O por los que habíamos destrozado el intento de tener algo así.

Noelia subió al coche tras despedirse de su novio, quien se vino hacia mi puerta para despedirse también de mí. Me bajé del coche y aguantando las lágrimas, le abracé.

–Ay lo que voy a echarte de menos Colu – se separó de mí. Le miré, el chico ya había llorado por la marcha de su novia y ahora también lo hacia por la mía.

Las despedidas eran duras. Más con gente con la que llevas compartiendo toda tu vida. No había ningún recuerdo en el que alguno de los chicos o Noe no estuvieran, aunque fuera desde la distancia. Siempre estaban ahí. Y siempre lo estarían, eso estaba claro.

Llegamos al aeropuerto y tras despedirnos de mi hermano y pasar el control, me derrumbé. No lo negaría, me dolía marcharme. No quería marcharme.

–No me quiero ir – dije, haciendo que mi mejor amiga, que estaba buscando la puerta de embarque, me mirase.

–¿Qué pasa? – preguntó, preocupada al ver mi rostro, al borde del llanto.

No pude contenerlo y dejé que mis ojos se inundaran de lágrimas y fueran libres circulando por mis mejillas. Quería quedarme en la isla. Pero sabía que me haría daño quedarme. Todo eso, le confesé a Noelia entre sollozos.

–A veces irse duele. Si crees que necesitas quedarte en la isla, quedate en la isla. Nadie dirá nada acerca de tu decisión. Si crees que lo que necesitas es irte, vete. Vive tu vida, Colu. Sea donde sea, pero vívela y disfrutala hasta el último segundo.

Tomé su consejo. Siempre fue una sabia para estas cosas. Me limpié las lágrimas con un pañuelo que me prestó.

Pensé en Pedro. Obviamente. Y justo cuando pensaba en todo lo que vivimos ese verano, recibí un mensaje suyo.

Pedro <3

Girate si crees que irte es un error.

Girate si quieres despedirte bien.

Girate, si alguna vez me has querido de verdad.

Vete si crees que irte es lo mejor para ti.

Vete si una discusión te sirve de despedida.

Vete, por mucho que me hayas dicho que me querías.

Sin acabar de leer el mensaje, me giré. Y le vi. En la planta de arriba, apoyado en la barandilla. Mirándome. Se mordió el labio inferior e incrédulo, sacó algo del bolsillo. Un papel doblado. Me acerqué y sin ninguno soltar palabra, él lo lanzó. Lo cogí del suelo y quise abrirlo, pero su voz me frenó.

–No lo abras ahora – me dijo y asentí.

Le lancé un beso, a lo que él hizo como si lo cogiera en el aire.

–Te quiero y te querré siempre, Columbia Pedrosa – sus ojos se aguaron tras las gafas, que ya no eran las mismas que las que llevaba por la mañana.

–Te quiero y te querré siempre, Pedro Domínguez. 

Y sin decir nada más, puse rumbo hacia la Gran Manzana sin mirar atrás.

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Capítlo corto, pero intenso jeje

Espero que os haya gustado el capítulo <3 

COLUMBIA | QuevedoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora