ELLA

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Cuándo despertó, sus paltalones aún estaban allí.

Supo que él todavía estaba en la casa, no se había ido aún, como ella creía que haría. No la abandonó, no jugó con sus sentimientos simplemente para llevársela a la cama como otros hicieron, no la usó y la desechó como bombilla rota, él seguía en esa casa. Se levantó de la cama sin ropa y observó su desnudo cuerpo, el cual estaba lleno de moratones, mordidas e incluso marcas del fuerte agarre que usaron con ella la noche anterior. Al terminar de contemplar, sacó una camisa del armario y se dispuso a ponersela. La camisa era blanca y suave, también era algo pegada, lo suficiente para marcar esas hermosas curvas que tantos deseaban.

Volvió su vista al paltalón y lo tomó con gran sutileza, absorbiendo el aroma de su respectivo dueño. No sabría cómo describir ese olor, pero le encantaba, la hacía sentir segura, le inspiraba confianza.

Incrédula de lo que veía, se dispuso a revisar los bolsillos del paltalón. Estaba todo ahí, cartera, llaves, móvil.... él simplemente no podría irse sin esas valiosas pertenencias.

Habiendo dejado el paltalón en el mismo lugar del que lo tomó, se sentó entre las removidas sábanas de seda y empezó a pensar, a pensar en lo que sucedió.

Todo fue mágico para ella, nunca creyó que tan pequeña acción podría llegar a sentirse tan bien, nunca creyó que algo así le pasaría, inclusó pensó que era un sueño y que al despertar volvería a estar sola. Ella no era virgen, no era la primera vez que lo hacía, en cambio sí fue la primera vez que lo sentía tan bien. Fue perfecto, como si de un cuento se tratase, podía hasta crear un defecto, por si lo perfecto la asustase. Y es que ella sentía que podía gritar, llorar, gemir, reír, e incluso hablar para expresarse. Sentía que en cualquier momento podría comunicarle algo que le molestaba, y tenía la certeza de que él intentaría no volver a hacerlo, así como si le decía lo que a ella le encantaba, él haría lo posible por repetirlo.

Ella se dejaba y él la tocaba, pero no fue como otros hicieron, él dejó sus huellas marcadas en la piel, usando un suave tacto, tacto que tantas emociones, que ella misma se quedó altamente sorprendida, puesto que no eran de pura lujuria y placer, si no que eran de amor y cariño.

De pronto, unas suaves palabras resonaron en toda la habitación, entrando en su cabeza e indagando por toda su mente.

- ¿Estás bien?- Preguntó él, asomando su rizada cabellera por el fino marco de la puerta.

Ella alzó su vista para mirarlo a los ojos. Pensó que si algún día ella llegaba a ser artista, definitivamente quería que él fuera su Mona Lisa.

Esa pose, esa imagen, la alineación del sol entrando por la ventana y la sombra del marco de la puerta, recordaría esa imagen por el resto de su vida e incluso, más tarde plasmaría esa perfección en lienzo.

Y es que allí estaba él, ese hombre que tanto placer y amor le transmitió ayer, estaba ahí.

Apoyado en el marco de la puerta y cruzado de brazos, un chico moreno de cabellos oscuros y ojos esmeralda. Era alto, a simple vista podría decirse que 1.86cm aproximadamente. La toalla en la cintura dejaba ver esos músculos que tan bien había trabajado, y las gotas de agua que caían de su pelo le daban un perfecto toque de pura sensualidad.

De nuevo, la boca que tanto había besado anoche se abrió para hablar, dejando que su gruesa voz recitara unas simples y dulces palabras.

-¿Camila? ¿Estás bien?- Preguntó curioso, sacándola de su pequeño trance.

-Sí, todo bien, simplemente tengo algo de hambre- Se arrepintió al instante de sus palabras, ¿Que iba a pensar él ahora? ¿Y si creía que siempre tenía hambre? ¿Y si la dejaba por comelona? ¿Y si....

-Está bien, es normal que tengas hambre teniendo en cuenta que no has comido nada desde ayer, mandaré a que te preparen algo ligero para desayunar, puedes ducharte y yo te avisaré cuándo la comida esté lista- Y dicho ésto, desapareció por el largo pasillo que daba a la central de la casa, dispuesto a bajar las escaleras en dirección a la cocina.

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⏰ Última actualización: Jul 24 ⏰

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