Monique cerró los ojos, pero no supo si habían pasado segundos realmente o solo lo sintió desde que se acostó, hasta ahora, que sonaba la alarma de su teléfono.
Cada mañana con la menor de las intenciones y sintiendo su cabeza, torso y piernas tan pesados como el plomo, se disponía a levantarse para ir a la academia.
Con la luz de la luna aún alumbrando la habitación, alcanzó el celular de su escritorio y tanteando hasta hacerlo callar apagó la alarma y con eso el sonido que emitía. Se destapó, estiró y tomó su uniforme junto con una muda de ropa interior limpia para entrar a la ducha. Algo le faltaba. Rápidamente y sin que su padre se diera cuenta tomó su cajetilla de cigarros, cruzó el pasillo de un extremo a otro, abrió el ventanal que daba al balcón y se puso a fumar. Inmediatamente luego de salir sintió el viento matutino. Su pijama de una delgada tela no la cubría por completo y dejaba ver sus pies descalzos recibiendo las ráfagas de frío viento. Bajo ella podía ver, como si fueran hormigas, pasar a los autos de aquí para allá con unas notorias luces amarillas, rojas y blancas, que resaltaban aún más al alba. Contemplando ese paisaje sacó un cigarrillo, lo prendió, y disfrutó del frío de la mañana y del calor del tabaco en sus pulmones, al mismo tiempo. Intentó demorarse poco, pero alguien ya la había visto.
-Estabas fumando -escuchó decir tajante al hombre que la esperaba en la sala de estar.
-No... -se apresuró a decir lanzando inmediatamente todo rastro de colillas del edificio hacia abajo- ¿Cómo crees... eso?
Pero esa no era la respuesta que él esperaba. Sin previo aviso su mano se abalanzó sobre la mejilla de la chica, golpeándola violentamente. Inmediatamente sintió el calor manando de su cara hacia todo su cuerpo. Volvía a estar ebrio. Siempre lo estaba, y su hija lo soportaba así día a día. Rápidamente, y sin pensarlo dos veces tomó sus cosas y corrió al baño. Era la rutina de todos los días. Golpeó la puerta para hacer notar su enojo, y de paso la cerró con pestillo. La frustración la invadía por dentro, pero a cada segundo que recordaba el incidente, esta se transformaba en una ira contenida y se esfumaba toda compasión por su padre. Con rabia se quitó la ropa, la lanzó a una esquina del baño, y se metió a la ducha. Dio el agua, que después de unos minutos comenzó a salir caliente, y empezó a lavarse. Era una sensación de éxtasis combinada con desgracia la que le recordaba que no tenía más opción que vivir con su padre. De pronto y sin poder contenerlo más, se largó a llorar, mientras el agua que caía de la ducha se combinaba en uno solo con sus lágrimas. No podía permitirse flaquear así. Él no era nadie. En seco cortó el agua, salió pisando la alfombra redonda y verde en el suelo, y comenzó a arreglarse para salir.
Varios minutos maquillándose dieron fruto; su reciente marca pasaba notablemente inadvertida. No había caso. A quién llamaba padre la golpeaba muy seguido consecuencia de su dependencia al alcohol. Se excusaba con que la bebida era la causante de esa mala relación, pero Monique no era tonta. Primero muerta que creerle que cambiaría. No valía la pena seguir más en esa casa. Intentaba pasar lo menos posible en ella. Cuando ya tuvo todo listo dio vuelta el pestillo, salió en dirección a su pieza, tomó su bolso lleno de cuadernos y libros, y salió al pasillo del piso número 08. Se dirigió al ascensor, presionó el botón que hacía subir y bajar al elevador y esperó a que llegara. El timbre y la luz amarilla, similar a la de los semáforos, le avisó que ya había llegado. Se abrieron las puertas y subió.
Frente a ella estaba Versailles. Cada mañana veía el mismo paisaje, pero esta vez lo impresionó como nunca. Los ventanales de cristal que en sus orillas más lejanas al centro tenían terminaciones en bronce gastado, dejaban ver extensas calles, rectas o curvas que en algún momento se cruzaban, formando divertidas figuras tales como tréboles, flores, caras, esferas, mas dependía de como se mirara. El cielo teñido de un celeste pálido, por no haber salido aún completamente el sol, alumbraba su cara con destellos centelleantes; las nubes que hace un rato estaban sobre las montañas del este de la ciudad, ahora pasaban cruzándose con los rayos de luz que le llegaban a Monique, formando un efecto de luz y sombras. En menos de un minuto ya estaba en el hall de bienvenida del edificio.
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Bailando con la muerte
Teen FictionLuego de tanto tiempo de espera llego el día; por fin 18 años. Ya nadie la podrá frenar. Basta de pensar en el futuro, este es el futuro, el futuro que ella escogió, lleno de drogas, fiestas y alcohol... Ya nadie ni nada podrá hacerla parar.