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Cuando llegó el postre, Sam intentaba aprender algunas palabras comunes en japonés. Kylian le enseñaba a pronunciarlas, pero sus mejillas ya lucían sonrojadas y reía por cualquier cosa, entonces notó que la bebida había hecho de las suyas.

—Quizá es momento que pasemos al agua, ¿no crees? —preguntó cuando la vio alzar el vasito. Samantha frunció la boca en un puchero de lo más tierno. Se rascó la nuca, tenso. No podría llevarla ebria a casa.

—¿Crees que estoy borracha? —replicó ella, sonriente. Pero conocía las señales y si seguía por ese camino, lo estaría dentro de poco.

—¿Lo estás? —cuestionó arqueando una ceja, divertido. Sin remedio notó que con ella era sencillo.

—La verdad es que tengo calor —aceptó alzando su melena en una coleta y comenzó a echarse aire con la otra mano. Debido a ello su pequeña blusa subió aún más, el vientre cremoso quedó expuesto casi hasta su pecho.

Pasó saliva, conteniéndose. Samantha lucía ajena a su atractivo, más en ese momento que se veía apetecible, con los labios enrojecidos, su melena alzada exponiendo ese delicado cuello que deseaba lamer, mordisquear y que sabía era cuestión de tiempo para que ocurriese.

Aquellos pensamientos lo acribillaron, al punto de tenerlo ridículamente excitado, así que se puso de pie ocultando la muestra de su deseo y le tendió la mano.

—Vamos, quizá un paseo te cae bien —propuso con voz ronca. La joven asintió, le dio la mano para que la ayudara. Se sentía algo mareada, debido a ello no coordinó sus movimientos y trastabilló. Kylian la sujetó por la cintura con fuerza.

—Creo que estoy poquito —aceptó ella sonrojada, notando como la sostenía. Kylian la pegó más a su cuerpo por instinto y acarició su mejilla con suavidad. Sam dejó salir el aire ante el gesto—. Te dejaré en ridículo si vamos a la exposición —murmuró nerviosa.

El dedo pulgar de Kylian se movió casi por voluntad y acarició sus labios.

Las piernas de Sam comenzaron a temblar como un par de hilos por lo que él despertaba con aquel simple gesto.

—En realidad creo que te quedarás dormida si vamos —secundó atraído por esa dulce piel, sus pecas, su manera de mirar, esa ingenuidad que a pesar de su mirada pícara era evidente y lo trastornaba un poco más.

—¿Me vas a besar de nuevo? —se encontró ella preguntando, absorta por la calidez que le brindaba ese cuerpo grande sujetándola, esa mano acariciándola, esa mirada férrea.

—¿Quieres que te bese? —preguntó a cambio. Sam estuvo a punto de decir que sí como una nena de kínder que quiere jugar y jugar, pero por mucho que el alcohol se le hubiese subido, se recordó que no era adecuado. Respiró hondo y rompió el contacto visual, para poner un poco de distancia entre ambos.

—Un paseo está bien —murmuró desviando la mirada.

Kylian sabía esperar, observó su coronilla rojiza, necesitaba esa boca sobre la suya y sucedería tarde o temprano.

—Bien —respondió guardándose las ganas. Abrió una puerta lateral y la ayudó a bajar los escalones de madera.

Ella sonrió concentrada.

—No suelo ponerme ebria, pero tampoco tomo sake... Nunca —confesó risueña, bajando de nuevo las defensas, casi como una niña pícara que había tenido una vida rodeada de amor y atenciones. Kylian sonrió ante su frescura, mientras andaba a su lado por aquel caminito de madera oscura que rodeaba el lugar—. Este sitio es bellísimo, huele delicioso.

Solo para mí.  Serie Streoss I •BOSTON•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora