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Acomodada en un sofá bastante reconfortarle en realidad, continuó con las ilustraciones que debía entregar. La empresa ya parecía sumida en la tranquilidad, quizá porque era viernes, música alternativa, dedujo que independiente, sonaba muy bajo, pero era agradable.

Tenía en frente una Coca-Cola bien fría, que él mismo le había servido mientras hablaba por teléfono, dejándoselo sobre una servilleta de papel, le guiñó un ojo y luego dirigió a unas de sus pantallas. Lo observó mover con maestría un prototipo a escala, pero hablaba en otro idioma, parecía griego pero no estaba segura.

Kylian no era un hombre como se empeñaba en pensar, o como deseaba con desesperación que fuese, no por lo menos lo que iba conociendo y eso la cabreaba. Necesitaba que aquello cambiara, que se convirtiera de repente en un tipo déspota, un cabrón pagado de sí, bueno, eso sí era, pero de esos que no pueden caer bien, pues, un idiota sin cerebro, pero no. Trataba con cercanía a su asistente, incluso había reído por algo que le dijo minutos atrás, cuando le ordenó que una vez llegada la comida se marchara.

Un par de colaboradores también aparecieron, le preguntaron algo y él respondió con amabilidad y aunque notoriamente era la autoridad, sí era una forma fresca de comunicarse, casi cercana.

Resopló y continuó con lo suyo, pero le costaba trabajo. La comida llegó minutos después, Lola, como se llamaba su asistente, supo, dejó todo sobre las mesas exteriores.

—Yo me hago cargo, ve a descansar, avisa que me retiro en un par de horas más. Nos vemos el lunes —la despidió y le recordó un par de cosas sobre unos contratos. La mujer asintió con eficiencia, luego le sonrió a ella.

En cuanto se quedaron solos calvó la mirada de nuevo en la ilustración. Kylian se sentó a su lado, tan fresco como si fuese lo común. La joven lo miró de reojo, tensa.

—¿Lo hiciste tú? —preguntó asombrado, perdido en la pantalla del IPad. Samantha asintió un tanto incómoda y es que las palpitaciones de su corazón no bajaban. Quizá tenía arritmias, había escuchado eso ahora que su padre estuvo mal, medito—. Es buena, muy buena. ¿Es para algo de la universidad? —curioseó.

—No.

—¿Entonces? —la interrogó buscando sus ojos, pero ella lo evadía, estaba muy cerca, coño.

—Es para una editorial, una portada —dijo con sequedad.

—Vaya, para un libro infantil...

—Juvenil —le aclaró. Kylian sacudió la cabeza.

—Lo tiempos han cambiado —apuntó poniéndose de pie, luego le tendió la mano—. ¿Cenamos? —propuso desafiándola con la mirada.

Samantha observó su mano, luego sus ojos. No le gustaba el calor que la recorría, así que dejó el aparato sobre el asiento y se levantó sin aceptar su gesto, luego anduvo hasta afuera.

Aún estaba fresco, pero ya era agradable. En una mesa para tres estaba dispuesta una pizza a la leña y macarrones con queso. Su estómago rujió.

—Anda, sírvete lo que quieras —le pidió él, abriendo una botella de Perrier, para enseguida servirse en un vaso que tenía hielos y ofrecerle. Aceptó enseguida. Sam tomó uno de los platos y tomó una rebanada y una porción de la pasta que lucía buenísima. Kylian hizo lo mismo enseguida.

—No puedo creer que te guste este tipo de comida —señaló deleitada, siempre necesitaba carbohidratos.

—No es mi preferida pero imaginé que sería de tu agrado, como puedes ver, que conceda no es tan complicado.

Solo para mí.  Serie Streoss I •BOSTON•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora