6. Rosas borgoña

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Mi primer pensamiento al llegar al hostal y tirarme sobre la dura cama de mi helada habitación fue: ¿Cómo alguien como él puede tener pocos amigos?

Es increíblemente fácil de congeniar con él. Abigail diría que es liviano de sangre. Esa es su forma de referirse a personas amables, de trato fácil, amena conversación, que viven la vida con sencillez, encontrando soluciones para todo.

Si yo, alguien arisco, introvertido, y algo antisocial, lo encontraba... algo simpático, es una hazaña increíble. Debía, como mínimo, ser amigo de toda la cuadra.

Estaba viviendo un duelo, no había pasado ni un año de la muerte de su abuela. Por mucho que él dijera que estaba bien, no era normal alegrarse tanto por tener un fantasma en su casa. Algo estaba mal en su cerebro, definitivamente tenía que ver con su amígdala, que no le está advirtiendo de los peligros con el que convive diariamente. Quizás aún se encontraba en estado de shock, y no ha procesado las cosas. Imagino que fue su forma de trabajar su dolor: aislarse.

No creo que su sonrisa sea falsa. Se sentía bastante genuina, pero quien sabe con lo que tiene que lidiar en la intimidad de su hogar, cuando termina su horario laboral.

Me giré en la cama, y vi en la mesa de la noche el tulipán amarillo intacto, como si no necesitara agua para vivir, solo estar a mi lado era suficiente. Tapé mis ojos con mis brazos, suspiré sintiendo una horrible mezcla de hastío y cansancio.

Mañana me iré para siempre.

Intenté conciliar el sueño, pero no podía, mi mente estaba demasiado inquieta para poder desconectarse. Mierda.

Me levanté y abrí mi maleta, me puse a buscar entre mis cosas cualquier joya de plata extra que tuviera, anillo, pulsera, cadena, algo... nada. No es como si no tuviera nada realmente, tenía dos pulseras, una cadena y dos anillos, uno en cada mano, todos puestos. Miré la pulsera de mi mano izquierda, que tenía el nombre grabado de Anastasia, el nombre de mi mamá. No podía desprenderme de ella. Tenía otra más fina, el recuerdo de mi primer trabajo de exorcismo realizado solo, el regalo de mi papá por esa primera victoria. Uno de los anillos, había sido un regalo de mi abuela cuando cumplí los 18 años, y el anillo faltante, junto con la cadena habían sido regalos de Nara.

Qué mierda estoy apunto de hacer.

Amaba a todas mis joyas, todos eran regalos importantes, todos tenían una historia y gran carga emocional. Eran mis tótems de protección favoritos.

¿Y si solo voy a comprarle algo en la mañana?

Pero no tendría las bendiciones de papá...

Papá tenía un trabajo especial, no solo es un exorcista muy solicitado por su basta experiencia. Pero también tenía el don de poder infundir un poco de su fuerza vital en los objetos, transformándolos en tótems de protección muy poderosos. Tener uno te dejaba protegido contra cualquier ataque de espíritu maligno, el único contra el que era poco efectivo, era contra un demonio. El artefacto podría herir al demonio, pero no era capaz de evitar una posesión demoníaca, así que no había que confiarse.

Si compraba uno mañana y se lo llevaba al florista solo lo protegerá del mal de ojos de los humanos, y uno que otro tipo de espíritu.

A la mierda. Luego le pido a papá que me regale otra.

Me saqué la pulsera y la guardé en un saquito negro. Papá lo entendería, de hecho... hasta aprobaría esta decisión. Me felicitaría por cuidar de alguien más. Luego me iría para siempre.

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—Jodida mierda. ¿Qué está pasando?

Los espíritus en las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora