Sinopsis

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Toda la vida creyendo que era una simple no humana, hija de una especie de mesías, salvadora del mundo, ave fénix según Grecia o la paloma con fuego divino según los Católicos que me estaban educando. Hija también de un hombre descendiente de Miguel, uno de los arcángeles más famosos de, bueno, mi ultra secreta escuela.

Nací y crecí en este aburrido sitio, en el cual no te permiten mirar series ni usar celulares, aunque en secreto todos los sábados por la noche los miro en la casa de mis abuelos junto con mi hermana celestial, Judith. No sé , es bastante extraño en verdad, como le permitieron ponerle ese nombre cuando significa "la judia" y no nos permiten usar celulares...

En fin, mi nombre es algo bastante chistoso si tomamos en cuenta que mi madre volaba por los cielos y murió en el cielo salvando a todos.

Si, me llamo Cielo.

Los estudiantes ingleses y los que no saben pronunciar el latín o español aún me dicen Sky.

Asique para la gran mayoría soy Sky, pero para los mas íntimos soy Cielo. Mis abuelos sobre todo adoran mi nombre. Los padres de mi madre no tengo la remota idea de donde están o si viven. Es todo un misterio cómo llegó mi madre a este sitio, por lo que no se sabe nada de su procedencia. Dicen por ahí que un ángel la dejo en manos de su madre adoptiva que si era descendiente de un ángel, aunque las malas lenguas dicen que es descendiente de Satanás, o de alguno de los Ángeles caídos. Nadie la quería cuando estudiaba aquí, solo tenía un mejor amigo, mi padre, y bueno, los amigos de él.

Sin embargo, su nombre fue limpiado por completo el día que salvó al mundo. Ese día se conmemora hoy.

—Hoy, 12/03, conmemoramos a la gran salvadora, —habla con un tono grave y bastante alto para no usar micrófono —la nueva mesías, la gran hija de Dios, la dotada en fuego celestial.— Hace una pausa motivadora—. Isabella Bianchi.

Miro a mi alrededor con un rostro implacable, como siempre, pero por dentro me mofo de ellos. Me dan tanta gracia, incluida yo.
Todos estamos vestidos con ropa de color blanco y me resulta chistoso que justo sea el apellido de mi madre.

Me pusieron el apellido de mi padre en un principio, pero desde que sucedió eso, por orgullo, y supongo también, prestigio hacia la institución, me lo cambiaron al de mi madre.

Digamos que soy la nueva Bianchi, Cielo Bianchi. No suena tan mal, de hecho me gusta, es llevar algo de ella conmigo siempre.

El problema, uno bien grande, es que su apellido me vinculará en muchos problemas, sobre todo ser su hija me traerá muchos pedidos ingratos de gente influyente, y no hablo de influencers, palabra que aprendí a escondidas.

El día que cumplí mis diecisiete años comenzaron los problemas. Y ese día fue hace tres meses.

Hoy pensé que sería un día excelente para olvidar las cartas de pedidos incesantes y totalmente inadecuados. Por suerte mi amiga Judith tenía un sitio excelente para despejar la mente. El bar menos conocido de todo Italia, y el más cercano al Vaticano. El más económico y perfecto para dos chicas de diecisiete años que salían por primera vez a escondidas un sábado de la casa de unos abuelitos ingenuos.

Si no hubiésemos ido ese sábado allí, tal vez, solo tal vez, no me hubiese encontrado con el mismísimo diablo. Uno de tantos, porque si hay un diablo a la vista, hay miles más escondidos. Son como cucarachas en una alcantarilla. Esta cucaracha era tan narcisista que divertía a los humanos a su alrededor con su imagen provocativa en un espectáculo caliente, dramático, pero sobre todo peligroso, lo cual aumentaba su atractivo. Lo que no sabían es que era una farsa y estaba jugando con ellos como con las canicas en un patio de niños.

Un maldito ególatra, el mayor ególatra que conocería y que perjudicaría mi vida para siempre. Para toda la eternidad.

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