El muerto en el armario

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Capítulo Anterior:

Por ordenes de Phantomhive, Gintoki y Gedomaru (la pequeña demonio) se separan a cambio de que el samurái ya no sea perseguido por el perro guardián; pero no antes de lograr obtener información sobre sus amigos de Edo en Gintama.

Sin embargo, nuevamente se encuentra solo en las calles de Londres... no tan desprotegido como se aparenta, Sebastian tiene ordenes de intervenir en caso de que se encuentre en peligro.

En sus nuevas aventuras, Gintoki conoce a Renzo: Un joven artista callejero que se gana la vida vendiendo esculturas. A pesar de su desconfianza, logran trabajar juntos y comenzar una pequeña amistad. Pero ante la necesidad de Gintoki de seguir escondido, Renzo le recomienda postularse como empleado en la funeraria.

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El muerto en el armario

Concluida la cena, Gintoki y Renzo se separan, cada uno con nuevas energías y expectativas, prometiendo reencontrarse al día siguiente. No hubo necesidad de conocer sus vidas personales o en saber más que sus nombres para que la confianza comenzara a surgir por sí sola. Ambos se entendían mutuamente porque compartían los mismos códigos, y los mismos intereses propios de su estracto social.

No era hora de dormir, el samurái se dirigió con paso firme pero alerta como animal de presa. Sabía que mientras más se alejaba del centro de la ciudad, más reconocida era su silueta y su andar para los transeúntes, ya que sus remolinos ondeantes de su kimono blanco eran señales inequívocas.

Usar disfraz era cosa de Zura, no de él.

Cuando la gente creía reconocerlo daba media vuelta y se desviaba del camino, giraba por una esquina o se ocultaba detrás de los botes de basura... o dentro, en el peor de los casos.

Siguió las indicaciones de Renzo y se metió por una callejuela angosta, aunque el ladrar de los perros alteró todo su intento de pasar desapercibido; en el bajo Londres, los perros callejeros podían ser bastante salvajes y formaban sus jaurías.

Gintoki evitó las mordeduras trepando por una canaleta hacia el tejado, alejándose de los rabiosos y frustrados perros. En las alturas, frente a la calle de piedra que le proseguía a su manzana, vio el cartel de Undertaker con un cráneo situado encima mas unos ataúdes decorativos, eran signos de lo que significaba ese lugar.

La hora todavía no marcaba la media noche, pero en Londres el sueño llega pronto y el lugar estaba desprovisto de almas, tan sólo él posponía su hora de dormir.

Su intención inicial era familiarizarse con el lugar y regresar por la mañana, pero vio velas alumbrando las tenues ventanas: la muerte ocurría a cualquier hora y el sepulturero lo sabía.

Un repentino escalofrío encrispó su nuca y su reacción fue feroz como en la milicia: Desenvainó su espada y se enfrentó a quién de repente quiso atacar por su espalda. Pero la oscuridad era plena y el silencio ininterrumpido, nadie que no fuese él estaba en el lugar.

Se regañó a sí mismo por su paranoia, y tras un suspiro calmante, decidió descender hasta el suelo y hechar un vistazo.

–Has vagado miles de veces por la noche y hasta me enfrenté contra un demonio, no debería estar nervioso.–

A penas logró acercarse a la tienda se detuvo: vio uno de los ataúdes comenzar a abrirse lentamente. –F...Fan... tasm. ¡No, no, no! Siempre estuvo así, sólo que no lo vi bien de lejos. Jajajaja.–

Black and Silver [Crossover]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora