━Capítulo 24

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Era la segunda vez.

La segunda vez en qué, ¿mes y medio?, ¿dos meses?, ¿tres? No podía haber pasado tan rápido el tiempo, si para él transcurrió tan lento como una agonía. No pudo hacer la cuenta.

El viaje en auto también fue eterno. Agotador, aunque estuvo sentado sin decir nada durante esa hora y media. En realidad lo que lo tenía exhausto era esa voz en su cabeza que lo mantenía maquinando, que lo mantenía tenso y contracturado y no lo dejaba descansar. No existía un botón que al presionar lo apagara, porque si fuera así, Clint Barton lo hubiera apretado una infinidad de veces, tal vez tantas que hubiera logrado romperlo. Le urgía dejar de pensar, tan solo un segundo.

Cuando llegaron y Kate apagó el motor del auto, la quietud de ese instante intensificó su cansancio. Se sintió viejo, como esos ancianos que se quejaban del dolor de huesos. Al arquero también le dolía algo en su interior, nada oseo, sino más profundo, más inalcanzable. Ojalá un ibuprofeno le funcionara.

Miró por la ventanilla y no se movió, indeciso.

Kate le llamó la atención.

—[No es necesario que lo hagas] —le dijo ella, tenía una expresión de preocupación que a Clint le incomodó.

Barney, entre todo lo que le había estado diciendo y reprochando sin parar hace dos días, le había sugerido (o advertido) que no era buena idea ir.

"¿Para qué? ¿Para qué vas?"

Clint se masajeó la mano, nervioso. Puso especial hincapié en la cicatriz que le había quedado en los nudillos de aquella vez que trompeó un espejo. Estaba sintiendo la necesidad de volver a darle un puñetazo a algo.

—[Podemos regresar si quieres.]

No le respondió. Volvió a mirar hacia la entrada (puertas de hierro abiertas de par en par), respiró hondo y salió del auto.

Era un día soleado, el pasto estaba demasiado verde y Clint no llegó a percibir aunque sea a la vista la calma sepulcral y estática porque en su interior seguía tan ruidoso como lo estuvo desde que despertó esa mañana. Comenzó a caminar y Kate enseguida se le unió a su lado.

—Gracias por acompañarme.

Ella le regaló una sonrisa pequeña pero alentadora.

Era la segunda vez que pisaba un cementerio en lo que iba del verano.

No sabía exactamente dónde estaba enterrado, Clint solo había preguntado qué habían hecho con él. No había estado de humor para seguir con el interrogatorio, agradeció que Phil le había proporcionado la información sin tanta vuelta.

Deambularon apenas unos minutos hasta que de lejos lo vio. Ambos comenzaron a aproximarse. Mientras caminaban, Kate lo miró extrañada y confusa.

—[¿Es él?]

—Sí. Ese es el nombre que usaba.

Adrien Dubois, tal como lo había conocido en el pasado, había dejado de existir para el mundo entero hace mucho años atrás. Solo había vuelto a existir para él, para arruinarlo, para vengarse. Ahora estaba enterrado bajo el nombre de Thomas Bennet, una versión de Adrien que Clint jamás conocería, una versión que capaz no era tan mala.

Se detuvieron a escasos metros de la lápida. Clint la leyó, miró las flores que habían apoyadas sobre ésta, asimiló. No pudo controlar el enojo, tampoco quiso. Fue tanto que lo mareó, estaba aturdido. Su furia no tenía una dirección, era como una raíz que se dispersaba y crecía para todos lados y se aferraba fuerte y era hasta contradictorio. Lo odiaba por todo lo que le hizo y se odiaba a sí mismo. Todo había terminado de la peor forma posible, todo eso había sido causa de él, su culpa.

EL FIN DEL SILENCIO - clintashaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora