Parte I: Presa

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METAMORFOSIS

Abrió los ojos con pesadez, mientras que trataba de superar el mareo. Su cabeza dolía mucho, como si se hubiera golpeado muy fuerte. Se pasó una mano por el pelo y suspiró cuando un corte pequeño hizo daño a su cuero cabelludo.

Bajó su mano y sus ojos se llenaron de horror al ver una extensión peluda color blanco. Enfocó su vista en el resto de su cuerpo y gritó, sintiendo terror de su extraña metamorfosis. Era un... animal.

«¿Qué está pasando?»

Algo sobre su cabeza se echó hacia atrás, y palpó con sus dedos, terminados estos en unas garras filosas pero pequeñas. Eran orejas peludas. No podía explicarse el porqué de todo ese cambio, y estaba muy asustado. Frente a sus ojos vio un punto negro que también tocó con curiosidad y miedo a grandes rasgos. Se trataba de una nariz húmeda que era suya.

Era un animal. ¿Un perro tal vez? Miró sus piernas y sus pies. No eran lo que solían ser. Eran unas patas de canino grandes que tenían garras y almohadillas color rosa oscuro. Todo su cuerpo estaba cubierto de pelos.

De repente, la vergüenza lo llenó por completo, sintiéndose completamente desnudo.

Al observar, no había más que pelaje blanco y espeso que ocupaba el espacio donde deberían ir los genitales. Con pánico llevó su mano derecha hacia el lugar y tocó con cuidado.

Nada.

No había nada más que pelaje, y debajo de él, piel.

«¿¡Pero qué es esto!?»

Aterrado por no tener nada que pudiera considerarse normal, se arrastró con miedo hacia un charco de agua cercano y observó su nuevo rostro. Era un perro, o más bien un lobo. Un lobo enorme que tenía colmillos enormes y ojos rojos como la sangre. Las manos tocaron todo el rostro, y no podía explicarse el porqué de su cambio.

Recordaba la tormenta, luego todo se puso oscuro y... esto.

«¿Qué soy...?»

—¿Qué soy...?

La voz de su cabeza y la que salió de su garganta sonaron completamente diferentes. Según recordaba, era un niño de solo doce años de vida. La voz que aún recordaba era aguda e infantil, llegando casi a una más grave.

Pero la que salió de su garganta fue una voz grave de hombre adulto. Cada vez se ponía más y más raro. Exhaló un suspiro, oyendo esa voz de nuevo. No, no fueron imaginaciones locas. Asustado, se rascó la garganta. Lleno de miedo, intentó hablar:

—¿Esta... es mi voz?

No le gustaba nada, pero no podía hacer nada para cambiarlo. Se dejó caer sobre el suelo de piedra y agarró su peluda cola, sintiendo tacto en ella. Era completamente sensible a tantas cosas nuevas que era ensordecedor.

El ruido del agua cayendo del techo de la extraña cueva llegaba a sus oídos como si estuviera al lado, y estaba a cinco metros de ella. Su respiración se escuchaba tan fuerte que se obligó a mantenerla calmada y suave. Lo mismo ocurría con los alocados latidos de su corazón. Se oía tan cerca que molestaba a su sensible y nuevo sentido del oído.

De la misma forma, su nariz olía todo lo que estaba a su alrededor. El aroma del agua estancada no era para nada agradable, y menos aún el hedor del musgo podrido que adornaba las paredes de la cueva. Podía ver en la oscuridad con sus nuevos ojos. Distinguía formas de rocas puntiagudas aún si estaban lejos de su cuerpo, y podía observar hasta las gotas de agua cayendo del techo.

Algo era bueno en ese nuevo cuerpo extraño. Aun así, no dejaba de ser extraño. Con algo de dificultad se puso de pie, apoyándose en una meseta rocosa, para ubicarse sobre sus pies, ahora pequeños, que se trataban de adaptar a la superficie que tocaban. Las garras arañaban el suelo, y el pelaje hacía de barrera entre el polvo y la piel que había debajo de esa capa espesa.

The Boy Who Became a MonsterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora