El sol brillaba como nunca, tenía cierto resplandor que jamás había notado o que jamás había tenido antes, sonreía mientras lo observaba, aunque me encandilará un poco, mi brazo yacía apoyado en la camilla, con las vías conectadas a mi vena, mientras pasaba el frío líquido, suspire con cansancio e hice una mueca de dolor, siempre dolía por más que estuviese acostumbrada, veía a mi alrededor y era sorprendente la cantidad de niños menores a mí, que se encontraban en la misma situación, hice otra mueca de tristeza al imaginar lo que ellos también vivían en sus hogares.
—Es todo, Andy. Te esperamos la siguiente semana. —avisó Ester, la enfermera encargada, con su típica sonrisa tranquilizadora, se la devolví, durante más de quince años ha sido mi compañera en este proceso. —, ¿Qué ocurre?
—Nada, Ester. Solo estoy un poco indignada... ¿Cómo es que hay tantas madres irresponsables? Me duele ver a esos niños tan pequeños en esto...—alargue con pesar, me dio una mirada triste y un asentimiento quedado.
—Es la realidad de más de uno, Andy. —responde sin dejarme de mirar con tristeza. —, quisiera que no, pero es la realidad. Pero arriba esos ánimos, pronto no necesitarás más estas sesiones, podrás únicamente usar pastillas.
—¿Pastillas? —pregunte sorprendida, según me dijo alguna vez la única manera de tratar mi adicción heredada a la heroína, era a través de la intravenosa.
— Querida, estamos en pleno siglo veintiuno, ya era hora de que se actualizarán los modos. —divierte y me carcajeo. —, dos sesiones más y serás libre, Andy.
—No puedo creerlo, gracias, Ester. Nos vemos en una semana. —le agradecí y me despedí de ella.
Al salir del hospital, sentí el calor del sol, me quemaba un poco, pero era agradable, me gustaba esa sensación. Suspire con pesar y me encamine a mi casa, desde que se termino el instituto, no hacia otra cosa que asistir a mis sesiones antinarcóticas y trabajar, tenía que reunir mucho dinero para poder irme lejos... al llegar a casa, escuche los gritos de mi padre, otra vez discutía con mi madre, al entrar los vi, ella palidecía y sus ojos estaban desorbitados, mientras mi padre le gritaba insultos y le advertía que si volvía a tomar su dinero (que ganaba o perdía muchas veces en las apuestas) la mataría. Ignorando la situación, subí a mi habitación y me tire en la cama, busque mis audífonos enormes que aislaban el sonido exterior y me ayudaban a perderme en mis pensamientos, busque el ordenador que tenía y revise mi correo, aun no tenía respuesta alguna de ninguna universidad, suspire un poco triste, ya era otro semestre perdido, con este serían dos que llevaba de atraso, en los anteriores no pude aplicar por dinero, pero lo solucione trabajando el doble, ahora tenía mis ahorros, podía darme el lujo de estudiar. Estaba por apagarlo, cuando me entró una video llamada de Amelie.
—¡Amelie! —salude con una sonrisa, ella estaba sonriente. —, ¿Qué hay?
—¡Hasta que te conectas! Como odio que no tengas teléfono y podamos hablar las veinticuatro horas del día. —se queja y hago una mueca de disgusto, no era que estuviese en contra de esos aparatos, solo que no quería gastar en nada que no fuese absolutamente necesario y el que tenía mi madre lo cambio por su droga...
—Ya sabes que no puedo gastar en uno, Mía. —respondo usando el diminutivo de su nombre, me da una sonrisa triste. —, mejor cuéntame, ¿Cómo va tu vida universitaria?
—Apesta sin ti aquí, pero no me va mal, Andy. —responde con un gesto. —, uno de los chicos más ardientes de todo el campus es mi novio, pase todas las materias y voy a fiestas casi todos los días. Nada mal la verdad, pero sería mejor si estuvieses aquí...—alarga haciendo puchero, niego con mi cabeza entre risas.
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Mi maravillosa destrucción.
أدب المراهقين«Dos almas destinadas a encontrarse, sin saber que van destruirse...» Andy Millabur aprendió a sobrevivir a su hogar disfuncional, con un padre alcohólico, apostador y; con su madre adicta a la heroína. Desde pequeña fue sometida a diferentes tratam...