𝗜𝗡𝗧𝗥𝗢𝗗𝗨𝗖𝗖𝗜𝗢́𝗡

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Samantha Rivas




Suelto un suspiro cansado y recuesto la cabeza en su pecho. La respiración agitada de Val me relaja más de lo que debería. Después de unos minutos de no pensar en nada, ella intenta besarme de nuevo, pero me levanto rápido de la cama. No quiero que nos encuentre Constanza con su esposo el desgraciado.

—¿Qué pasa, Samy? —pregunta, un poco confundida.

—Nada, es que ya casi llegan mamá y Alfredo. No quiero que nos vean así —le digo mientras me pongo una camiseta.

—Está bien. De todos modos, tengo que irme antes de las cuatro.

Sonrío y la miro. Tiene una gran sonrisa y aún le quedan gotas de sudor en la frente. La beso y me levanto, no quiero excitarme de nuevo y molestar a mi abuela del otro lado de la habitación. Aunque ella apoya mi relación con Valentina, es una vergüenza pensar que nos escucha.

Me pongo la ropa interior y unos shorts de mezclilla, lo mismo que traía antes de que Val me deshiciera de ella.

—Ya me dio hambre —digo mientras la ayudo a levantarse.

Val suelta un quejido de cansancio y se empieza a vestir. Justo cuando se pone los tenis, un estruendo viene de la cocina y nos miramos confundidas.

El grito de mi abuela nos hace salir corriendo hacia la cocina. Al llegar, me quedo paralizada al verla tirada en el suelo, con grandes quemaduras de aceite en las manos y parte del rostro. Valentina se acerca a ayudarla mientras yo me quedo en la puerta, sin saber qué hacer.

La estufa sigue encendida, así que me acerco a cerrarla, mientras Valentina levanta a mi abuela. El llanto de ella se intensifica y no tengo otra opción: llamo a emergencias. No entiendo cómo todo se ha vuelto un caos, pero necesita atención médica urgente, empieza a hiperventilarse.

La ambulancia tarda unos minutos, y casi al mismo tiempo llegan Constanza y Alfredo. No sé cómo explicarles lo que ha pasado, pero no parece que les importe. Saber que es mi responsabilidad solo aumenta mi culpa.

Los paramédicos suben a mi abuela a la ambulancia en un abrir y cerrar de ojos, pero no me dejan ir con ella porque soy menor. Valentina sugiere que me lleve en el coche de su mamá, y entre lágrimas, hacemos el trayecto al hospital.

No sé si el hospital al que la llevan es caro, pero no me importa. Vendería un órgano con tal de que esté bien, porque, además de Val, ella es lo único que tengo y la considero mi madre.

Al llegar, Val se estaciona en el primer lugar que ve y yo corro hacia la recepción, mientras ella intenta alcanzarme.

—Hola, buenas tardes. Necesito saber de mi abuela —digo, casi sin aire—. La trajeron hace poco en una ambulancia, tiene quemaduras graves.

La recepcionista busca en su computadora, lenta como un caracol.

—Está en la sala de urgencias —dice después de un rato—. Tomen asiento en la sala de espera. Un médico saldrá a informarles cuando terminen de revisarla.

Ambas nos dirigimos a la sala de espera y nos sentamos. Cada minuto se siente eterno y la presión en mi pecho aumenta. Val me toma de la mano al ver que mis ojos se llenan de lágrimas y trata de consolarme, aunque no es suficiente.

Después de lo que parecen horas, un médico sale y se acerca a nosotras.

—¿Familia de la señora Graciela Rivas? —pregunta, mientras mira sus notas.

—Sí, soy su nieta —respondo, levantándome de un salto.

—Tu abuela ha sufrido quemaduras de segundo grado en las manos y parte del rostro. Estamos tratando de estabilizarla. Su estado es grave y necesitará un tratamiento intensivo.

Esclava del engaño [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora