Prologo

27 6 0
                                    


Tras días de camino el grupo de Jane llegó a la ciudad, de todas las construcciones que tenían delante la catedral era la más inmensa, de los libros que tomaron de la ciudad anterior descubrieron que era una catedral construida por Edrial, uno de los dioses más poderosos que gobernaron hace siglos, cuando Jane llegó a los pies de la gigantesca construcción en su entrada, sobre el suelo de dura piedra, se encontraba una estatua de Edrial, se representaba como un hombre alto de pelo largo y cuerpo fornido, en una mano llevaba una lanza, símbolo de su poder, con el que sometió al resto de los dioses convirtiéndose así en su líder, en la otra un libro, símbolo del conocimiento con el que llevo a la sociedad divina a niveles inalcanzables para la humana, pero lo que más destacaba del aspecto de esta estatua era su postura, con el pecho hacia adelante y mirada al horizonte, a pesar del decadente estado de la misma, que estaba descolorida y los años de constantes lluvias mermaban lo liso que fue en su momento el mármol, seguía pareciendo orgullosa, seguía pareciendo un dios.
Jane siguió hacia el interior, ella era la encargada de revisar el lugar donde acamparían, Alix siempre decía que era mejor estar seguros de que no había nada peligroso, pero era una tarea aburrida, las ciudades de los dioses llevaban siglos abandonadas, nunca había nada a lo que temer. Siguió avanzando por la larga entrada, a pesar de estar segura que no habría nada extraño, desenvainó de su cinto su espada, el peso del acero la hacía sentir valiente. En las paredes de la catedral habían otras estatuas, los apóstoles de Edrial también eran dioses, dioses menores, pero eso no les restaba importancia, además de las estatuas Jane vio grandes ventanales de muchos colores, que de no ser por el detalle que estaban destrozados por el paso de los años, podrían haber sido hermosos. En el centro de la gran catedral había un altar de mármol blanco, al estar bajo techo este aún se mantenía liso, pero estaba cubierto por una gruesa capa de polvo, Jane trato de limpiarlo lo mejor posible y se sentó en él a esperar a sus amigos, nunca demoraban mucho, Alix también exploraba y aprovechaba de buscar suficiente leña para la noche, la ciudad era basta, si bien no quedaban arboles podría traer restos de antiguas mesas o sillas, Aloise solía demorarse un poco más, desde la maldición todos los ríos que fluyen por piedra no son bebestibles, pero esa muchacha invento un sistema para purificarla, aunque no pelee era un gran aporte para el grupo, Jane no podía ser menos, ya llegaría la hora de probar su valor.

Mientras miraba la gigantesca obra, sentada en el duro mármol, no podía evitar pensar en los dioses, le enseñaron desde niña que eran una raza superior, una raza extinta, inteligentes, bondadosos, de vida eterna y capacidades por encima de las humanas, pero que un día sin explicación, todos se fueron. Jane los odiaba, si eran tan gloriosos, como pudieron dejar el mundo así, cada día la piedra avanzaba más, el suelo se hacía estéril y era imposible volver a cultivarlo –de seguro ellos tenían la culpa- pensaba –era imposible que una raza que dejo al mundo pudrirse, sea superior a los humanos, todo lo que nos enseñan es mentira.
Estaba atardeciendo, pero jane no estaba preocupada, tras un rato llegaron sus amigos, Alix caminaba con un gran montón de leña en su espalda, se veían tablones resecos de lo que antaño fueron muebles, el chico era fuerte, a pesar de sus 17 años, la vida de guardia de ciudad lo había hecho endurecerse, pero seguía teniendo carácter de joven, siempre reía, o tenía alguna broma para cualquier situación, era una agradable compañía, vestía una túnica de lana gruesa sobre la que llevaba una cota de malla negra, unos pantalones café con un cinturón de cuero negro con un simple adorno de bronce, botas altas y flexibles para largas caminatas, tenía el pelo rubio y unos ojos almendrados a juego, pero lo que más destacaba era la espada que llevaba en el cinto y el hacha larga en su espalda. Su hermana Aloise se parecía mucho a él, también con el pelo rubio y ojos almendrados, era una chica de carácter dulce, aunque mucho más lista que su hermano, esta iba vestida con holgado vestido de lana además de una capa cerrada con un broche de bronce, tenía una mochila muy grande, llena de bolsillos por afuera, en ella llevaba todo lo que le parecía útil pues era una inventora, en sus manos traía 3 cantimploras rebosantes de agua, Jane les sonrió a ambos.
La cena constaba de carne seca, con queso duro y avena mojada en agua, lo mismo que todas las noches, lo único bueno era él te que Aloise había recolectado en el último tramo sin piedra por el que pasaron, Jane extrañaba tener tierra bajo los zapatos, en la tierra crecían árboles, arbustos, se veían aves e insectos, a veces hasta ciervos, según el mapa que consiguieron en la ciudad anterior, aun tendrían que caminar varias semanas antes de volver a un sector sin piedra, si el mapa era confiable. Jane miro a sus amigos mientras comían, ella trataba de comer más de lo que le parecía correcto, consejo de Alix, él dijo: "si quieres ser guerrera necesitas carne en los huesos", razón no le faltaba, Jane era muy delgada.
-Oye Jane, crees que cuando terminemos en esta ciudad, ¿podremos pasar por alguna cascada? –Pregunto Aloise - Hace semanas que no tomo un baño como se debe y eso es lo más parecido.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Oct 02, 2023 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

La flor en la piedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora