Viajar era lindo para muchos. Obtener esa experiencia de volar sobre los aires y cruzar medio mundo en cuestión de horas era grandioso. Pero, no era así para San.
Odiaba viajar. Tener que estar sentado más de 10 horas en un lugar pequeño, o compartir el espacio con dos personas más con hábitos extraños o molestos le carcomía bastante.
A pesar de eso, San se encontraba acomodando su maleta para un viaje de 12 horas o más con destino a Los Angeles por meramente trabajo.
—San, solo serán doce horas cómo máximo—. Explicaba su amigo a un lado—Trata de ver una serie o leer cinco libros si es posible, pero no te enfades con el que esté a tu lado. Pagó por lo mismo que tú—.
San bufó por tener que escuchar lo mismo cada que viajaba.
—Ya lo sé, lo vengo escuchando de ti desde los viajes pasados y nada ha funcionado para quitar aquella molestia.—Respondió, su atención estando en aquella maleta que no quería cerrar.
Su compañero se acercó a él con una risilla baja. Le causaba gracia verlo molesto con un objeto tan indiferente como lo era la maleta.
—¿Qué es lo que llevas?, solo irás 4 días—. Preguntó, cerrando el último cierre.
—Solo lo primordial. Ropa y un par de zapatillas. Supongo son los abrigos que hacen más bulto—. Rascó su barbilla tratando de averiguar que era lo que había echado de más.
—¿Abrigos? ¿En un clima con 35 grados?, eres raro San.
—Son para la noche, no molestes Yunho.
Después de un rato conviviendo y peleando por las molestias que San daba sobre el viaje, Yunho salió de casa para dejar descansar al contrario. Su vuelo saldría en menos de 5 horas y no había dormido lo necesario.
San conversó consigo mismo y llegó al acuerdo de no molestarse por nada de lo que podría llegar a pasar en su vuelo.
San al final concilió el sueño, durmiendo escasas tres horas antes de salir de su casa, dirigiendose hacia el aeropuerto con aquella maleta que parecía de 40 kilos.