12.- El Flujo del Alma (2/5)

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Conseguimos regresar sobre nuestros pasos sin que nadie nos viera, o eso esperábamos. La tienda estaba casi completamente destruida. Había algunas personas asomándose desde otros edificios y naves voladoras que pasaban, pero a esa distancia nadie podía vernos bien, mucho menos con las máscaras que cubrían nuestras caras. Buscamos por todos lados, pero María no estaba, simplemente no estaba. Tampoco había rastros de que hubiera ido a otro lado, como sangre o huellas. Sin embargo, Serva encontró un pequeño aparato similar a un reloj de bolsillo: tenía una pantalla negra, una flecha que apuntaba en una dirección y un número: 4 km.

—¿Cuatro kilómetros hacia allá? ¿Qué es esto?

—Parece uno de los localizadores que usan los silencios— indicó Serva— María debió haberse llevado un rastreador para indicarnos su posición.

Me llevé una mano a la boca.

—¿Entonces está viva?— quise saber.

—Si consiguió moverse cuatro kilómetros, es lo más probable. Tampoco hay sangre ni rastros de que hayan limpiado el lugar, ni en la tienda ni afuera. Creo que la capturaron para interrogarla.

—¡Ay, no!— exclamé— ¡Tenemos que hacer algo!

—Solo somos dos cadetes. El protocolo indica que debemos regresar a la organización y reportar inmediatamente— indicó— ¿Lista para partir o quieres seguir llorando?

Estaba tan preocupada por María que sus insultos ni me inmutaban.

—¡¿De qué estás hablando?! ¡No podemos regresar allá! ¡¿Quién sabe lo que podría pasarle a María en lo que nos demoramos?!

—Es lo que dice el...

Intenté quitarle el localizador de un manotazo, pero ella alejó su mano antes de dejarme tocarlo.

—¡No voy a dejarla morir por un estúpido protocolo!— exclamé— ¡Dame esa cosa!

Ella me miró un momento, medianamente sorprendida, luego se guardó el localizador en el bolsillo. Yo me preparé para quitárselo a la fuerza.

—Iré yo— me espetó.

—¡Sí así te vas a poner...

Me llevé una mano al pecho para sacar a Brontes, pero entonces reparé en lo que había dicho. Me detuve de la sorpresa.

—¿Vas a venir conmigo?— dije sorprendida.

—No, dije que iré yo— me corrigió— tú anda a la organización a reportar, yo rescataré a María. Será más fácil de esa manera.

Sin decir más, comenzó a caminar. Yo me quedé tan pasmada que por unos segundos ni siquiera pude contestarle.

—¡Oye, no me dejes aquí!— alegué— ¡No reportaré a nadie! ¡Iré contigo y salvaremos a María juntas, te guste o no!

—Sería mucho más fácil si fueras a la organización— me espetó.

—¿Y qué pasa si encuentras gente muy fuerte para ti?

—Me será más fácil evadirlos sin tener que cuidarte.

—¡No me vas a cuidar! ¡Yo te voy a cuidar a ti!— bramé.

Entonces Serva se detuvo y me apuntó con su cuchillo largo. El extremo de su hoja a unos centímetros de mi nariz.

—Estoy hablando en serio, Liliana. Tenemos la vida de una superior entre manos, no podemos jugar.

Quise gruñir y ladrar otra respuesta, pero me calmé para demostrarle que yo también me lo tomaba en serio.

—Quizás tú seas un poco más fuerte, pero no creo que te preocupes tanto por ella como yo ¿Qué hago si de repente decides que no vale la pena el esfuerzo y abandonas la misión? María podría morir por tu culpa. Voy porque no confío en ti.

La Helada Garra de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora