una habitación blanca, pisos de cerámicos y ventanas por las que es difícil escapar, una cama, sábanas y almohadas claras. Todo estaba en silencio, pero aunque no había nadie más que él en aquel cuarto, muchas cosas se podían dilucidar, una tristeza, melancolía y abandono emanaban de ese dormitorio, todo era pesado y doloroso, pero solo había una cosa por la cual esperar –chiir- Se escuchó el ruido de una puerta abriéndose, y en ese solo momento todos esos oscuros pensamientos desaparecieron –buenos días joven Asher- habló la persona que acababa de entrar –es momento de su medicación- le sonrió, ese era William, el enfermero a cargo de ese cuarto –buenos días William- sonrió tímido el paciente -¿Cómo te ha ido en tu segunda semana aquí?- preguntó con curiosidad el encargado mientras extendía su mano para entregarle las pastillas al joven internado –Estos días han estado más tristes que de costumbre, pero dentro de todo bien- respondió tomando el medicamento de la mano del otro –Bueno, sabes que cualquier cosa me puedes contar, verdad?- dijo con una leve sonrisa – Estamos aquí para ti- terminó su frase guiñándole al paciente –Sí lo sé, muchas gracias- dijo este un poco avergonzado.
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Muchos pensamientos malos surcaban su cabeza, quiero decir, si no fuera así no estaría en ese lugar, ¿no es verdad? Siempre guiado por el mal camino, no lo podemos juzgar, su padre, un alcohólico narcisista siempre le enseño a ver el lado malo de las cosas, y su madre no dejaba mucho que desear, una alcohólica adicta que nunca pudo salir de ahí. De todos modos, eso terminó rápido, casi por sus 9 años de vida, sus padres murieron en un accidente de tránsito, y como si eso no fuera lo peor, él no tenía una familia con la cual quedarse, por lo cual, paso la mayoría de sus años (que no eran muchos) en orfanatos y en casas de acogidas. A la edad de 17 años puesto a su evidente caso de depresión y más aún, intentos de suicidio, fue que decidieron trasladarlo a un establecimiento psiquiátrico. Y ahí fue donde conoció a William, un enfermero del hospital con el cual se encariño muy rápidamente, el joven se pasaba tardes charlando con él, pero muchos pensaran que debido a su situación a este no le gustaría estar cerca de él; sin embargo, esto no era así. Al enfermero le causaba mucha curiosidad y le encantaba escuchar todo lo que el otro tenía que decir, cada día se pasaba un poquito mejor que el anterior, pero, lo cierto es que en verdad eso no duraría mucho tiempo, ya que poco a poco el joven fue recordando día a día su pasado, y lentamente ese humo gris llamado tristeza volvería a su rutina diaria.
En esta vida solo había tres cosas que le hacían feliz, los gatos, las estrellas, y por último William. Los gatos siempre le parecieron alguien con los cuales se podía identificar, solitarios, pero a veces cariñosos, ariscos pero amables, su pelaje era suave como una nube, pero su lengua podía ser áspera como una lija, y eso le parecía tan maravilloso; las estrellas y la astrología le hacían pensar en su futuro, y eso lo hacía ponerse muy mal, pero al mismo tiempo le asombraba. Una estrella está a muchos años luz de la tierra, y al ser así, nosotros realmente no la vemos en vivo, sino más bien vemos su pasado, para nosotros una estrella puede estar más que viva, pero en realidad está muerta. Mientras que William, él era algo especial, algo inexplicable, algo bello, cada vez que estaban juntos su corazón se aceleraba, sentía mariposas en el estómago y se ponía nervioso, pero al otro no le importaba, siempre y cuando él estuviera bien.
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En esos momentos de tristeza, siempre lo acompañaban las estrellas, y si en cualquiera de esos casos mirara al cielo y no encontraba ninguna, la luna siempre estaría para él, que si bien no eran lo mismo era bastante cercano.
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Siempre desde pequeño deseó ser una estrella, para mirar todo desde arriba y no tener jamás que preocuparse.
Aunque casi siempre su madre estaba alcoholizada o drogada, las veces que no lo estaba no era muy cariñosa, pero cuando lo era, era muy especial… -Siempre he querido ser una estrella- soltó el pequeño Asher –Algún día lo serás- contesto su madre –Dentro de un tiempo todos moriremos, y reencarnaremos como algo maravilloso- termino de decir la joven mamá –pero mientras que eso no llegue, tú siempre serás un hijo de la luna para mí- dijo finalmente para luego agacharse a darle un beso en la frente a su hijo… Ese era tristemente, uno de los únicos recuerdos felices que compartía con su madre
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Era tarde en la noche, pero Asher realmente no tenía mucho sueño; sus noches no eran muy divertidas la verdad, siempre llorando, solo, en su cama de hospital; pero por alguna razón, le reconfortaba el saber que la luna y las estrellas lo acompañaban, y si por algún motivo no encontraba confort en ellas, sabía que siempre a la mañana siguiente William estaría para él.
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Realmente deseaba morir, su vida siempre fue así de dolorosa para él, las rayas en sus brazos todo el tiempo le recordaban su pasado, y eso nunca le agradó.
Él no tenía razón alguna por la cual existir, nunca le gustó el sentimiento de la vida, puesto que nadie le había enseñado a vivirla, siempre haciéndolo a un lado, siempre menospreciándolo, siempre lastimándolo, nunca siendo feliz… Pero, en este cruel mundo, solo había una persona que lo hacía despertarse todos los días, y ese era William, siempre con una sonrisa en sus labios, siempre con algo lindo para decir, algún cumplido o, aunque sea “buenos días”. Eso siempre le levantaba el ánimo, es decir, ver a William siempre le levantaba el ánimo, pero eso fue algo que nunca le gusto admitir, incluso hasta el día de su muerte le costó decir esas tan bellas palabras, “te amo”, unas palabras tan simples de pronunciar, pero con un significado tan divino, y aunque muchas personas lo decían en vano, él nunca lo haría, él nunca diría un “te amo” tan a la ligera, puesto que detrás de esas palabras, siempre se encontraba un profundo significado.
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Nunca supo si sus sentimientos eran correspondidos, dado que siempre pensó que el enfermero era amable con todos, y no solo con él, pero algo dentro de él nunca quiso pensar en ello; si, era verdad, estaba enamorado, pero… ¿Qué tal si el otro no sentía lo mismo que él? ¿Un enfermero se puede enamorar de su paciente? ¿Qué tal si le daba asco y nunca más volvía a querer hablar con él? En solo un santiamén todas esas preguntas surcaron su cabeza, y eso realmente lo hacía sentir muy mal, pero eso pronto pasaría, ya que en muy poco tiempo William empezó a escabullirse en sus pensamientos otra vez ¡qué cosa maravillosa!
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Los rayos del sol se colaban por las rejas de la ventana, las sabanas y la cama estaban blancas como siempre, las paredes claras y los pisos de cerámicos tan limpios y relucientes como la primera vez que llegó a ese lugar, sus pensamientos no eran malos como al principio, pero él siempre espera por lo mismo… -chiir- se escuchó el sonido de la puerta abriéndose, y así, comienza un nuevo día.
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*ੈ✩‧₊LIQUID ASHES*ੈ✩‧₊
Short Story*ੈ✩‧₊La vida no siempre es muy buena, pero siempre tendremos a alguien que nos la alegre*ੈ✩‧₊